jueves, 16 de diciembre de 2010

Tres posibles finales


Cuando t miré aquella tarde en la marcha, perdido entre tanta gente y del brazo d tu nuevo amor, t seguí. No t perdí d vista un solo segundo, a pesar d los contingentes q nos separaban, mientras bailaban al ritmo d la música estruendosa y alegre, y d q me empujara y t empujara la gente, tratando d abrirse paso. No t perdí d vista aunque me olvidara d los atuendos carnavalescos, las ocurrencias d tanto joto y del vestido d los carros alegóricos, con una infinidad d hombres fornidos y guapos. No t perdí d vista a pesar d q ibas d su mano; a pesar q d vez en cuando t regalaba o le regalabas un beso, y d q, por momentos, t le quedabas mirando con devoción.

Por eso cuando momentáneamente se separó d ti y t dejó parado en la esquina d Madero y Eje Central, me acerqué sin perder un segundo.

T miré ya cerca. Me miraste. No sé si vencía en tu gesto la sorpresa, el miedo, o el recuerdo d los días q vivimos juntos y felices, antes d q él llegara, t deslumbrara y t arrancara d mi lado.

No nos saludamos. No cruzamos palabra. Sólo dejamos q nuestros ojos compartieran la sorpresa, el temor y el recuerdo d los días q vivimos juntos y felices.

No sé cuánto tiempo pasó entre q nuestros rostros se congestionaron con cada sentimiento y el momento en q t lancé la pregunta:

- ¿Eres feliz?

Lo q recuerdo muy bien es q con tu “sí” me dejé empujar por la gente y me perdí por la calle d Madero hasta q mis ojos ya no pudieron verte. Con tu “sí” dejé q me empujara el tiempo y ahora mis manos arrugadas escriben sus últimas líneas dedicadas a ti. Mis ojos cansados apenas miran cada trazo, mientras evocan el recuerdo d tus ojos muy cerca d los míos.

Y entre el umbral d la vida y la muerte sé q t amé. Muero feliz; porque no hay mejor paliativo para un corazón enamorado q el saber q su amor fue real; q pudo conservar, en el baúl d cada día, la sonrisa d los recuerdos… y q supo hacer feliz, aún con su propia partida, a quien tanto amó.

* ---------------------------------------------------- *

Cuando t miré aquella tarde en la marcha, perdido entre tanta gente y del brazo d tu nuevo amor, t seguí. Casi corrí con tal d alcanzarte, aunque me llevara cualquier cantidad d mentadas d madre con cada empujón q le propiné a cuanto joto se me interpuso. Trataba d no perderte d vista aunque no me divirtiera con las “garras” q se cuelgan cada año los q en la Alameda ya no aguantan los tacones, y aunque se me atravesaran los camiones promocionales d tanta discoteca, y los d partidos políticos q sólo van cuando se aproximan elecciones. Trataba d no perderte d vista porque en tu casa no sabían d ti; habías cambiado d celular y no sabía en dónde carajo encontrarte para tenerte enfrente y reprocharte q me abandonaras por ese pendejo q ahora tenías al lado y q no t soltaba la mano, aunque ambos estuvieran babeando cada q veían a algún cuero en patines.

No fue hasta Madero y Eje Central cuando pude alcanzarte. ¡Y hasta d suerte andaba porque tu “marido” seguro había ido en busca d un nuevo “madero” q le atravesara el “eje central”, supongo q antes d decirte q iría al baño!

T miré ya cerca. Me miraste. La sorpresa y el temor los pude leer claramente en tus ojos. Seguro recordaste, en sólo segundos, q t habías largado d la casa como sirvienta ratera mientras yo estaba en el trabajo. Seguro recordaste q t había idolatrado como pendejo, q t había hecho el rey d mi vida, el dueño d todo cuanto tenía, sólo para q t fueras con el primer estúpido q tuviera más lana, le midiera más d 20 centímetros y no t estuviera chingando con la promesa d un amor eterno.

No t dije nada; ni tú tampoco. Quisiste correr, pero no t dejó la gente. T agarré d los hombros y sólo me quedé mirándote, aún sin saber si tenía más ganas d romperte la madre o d morderte los labios con un beso salvaje.

No sé cuánto tiempo pasó entre q t agarraba con furia, mientras intentabas zafarte, y el momento en q t lancé la pregunta:

- ¿Eres feliz?

Lo q recuerdo muy bien es q con tu “sí”, inseguro, t solté. Con tu “sí” t dejé correr mientras me empujaba la pinche gente con dirección al Zócalo. Y así me empujó la pinche vida hasta ahora q ya estoy viejo y no me puedo quitar el coraje. Estoy sordo y ya casi no veo ¡pero no quise morirme sin antes recordar esa tarde en la q t vi por última vez y no fui capaz d darte un par d madrazos para desahogarme!

Y entre q me enfermo, parezco morirme y no me muero, me pregunto cómo puede ser posible q mi ideal haya sido siempre amar y ser amado, con toda la sinceridad y el amor necesario para ser y hacer feliz, y no haya podido encontrar a alguien q supiera valorarlo. ¡Carajo! ¡Todo mundo se queja d la soledad… y yo muriendo con tanto amor entre las manos!

* ------------------------------------------------- *

Cuando t miré aquella tarde en la marcha, perdido entre tanta gente y del brazo d tu nuevo amor, pensé en seguirte. No supe nunca si ese impulso me lo despertaba el coraje q sentía contra ti, el deseo d q hubiera una explicación lógica para q t hubieras ido, o las ganas d saber si eras feliz.

Ahí en Madero y Eje Central, mientras tu amante t dejaba solo para ir a ligar o al baño, no lo sé, fue cuando empecé a acercarme, aún indeciso. Y la gente empezó a empujarme. Cientos y cientos d gentes se apretujaban y m apretujaban, tratando d abrirse paso rumbo al Zócalo. La música estruendosa y alegre estaba en su apogeo; los atuendos carnavalescos danzaban a mi alrededor, vistiendo las ocurrencias d tanto joto; los carros alegóricos aminoraban su marcha para no atropellar a alguien, mientras un sinnúmero d hombres fornidos y guapos bailaba encima d ellos.

Fue entonces cuando decidí dejarte ir. ¿Para qué perder mi tiempo en acercarme y preguntarte si eras feliz? Si t habías marchado por tu voluntad debía entender q lo eras. Era más Importante ahora, encontrar la manera d ser feliz yo mismo.

Entonces me dejé arrastrar por la gente. Mucha d esa gente me miraba y se dejaba mirar. - ¡Al carajo! – pensé, manoteando - ¡Habiendo tanto pinche joto, qué carajo voy a hacer detrás d uno q no me supo valorar!

Ahora q estoy viejo, q ya no oigo y q casi no veo, no me arrepiento d mi decisión. En el umbral d mi vida escribo, con mis manos arrugadas, q si no fui feliz al menos me divertí mucho. ¡En muchas d mis noches encontré a un alguien con quién dormir y con quién platicar! Y es q también es delicioso compartir una cama y un amanecer con quien puedes hablar honestamente del sexo, sin complicarte con palabras q no sientes, promesas d nuevos amaneceres o con sueños d amor eterno. Disfruté d más amores q me llenaron e hicieron millonario con recuerdos valiosos. Y, lo más importante, descubrí q saber entregarte resulta más meritorio, satisfactorio y gratificante, q el estar esperando recibir.

martes, 23 de noviembre de 2010

No debiste venir


No debiste venir aquella noche...
¡Ya todo estaba tranquilo!
Si no te había olvidado,
al menos la costumbre
de no tenerte a mi lado
me servía como alivio.

Ya podía amanecer sin extrañarte;
ya lloraba sin que en cada lágrima
estuvieras tú presente.
Ya dormía sin deseos de reprocharte
tu marcharte sin razones aparentes,
del amor que mi alma te ofreciera,
del amor que guardaba para darte.

No debiste venir aquella noche;
ni esa noche ni ninguna de mi vida.
Si querías inquietarme… ¡Lo lograste!
La costumbre de soñarte sin dolerme
se ha trocado en un dolor que me es constante.

Amanece y te extraño en demasía.
¡Todo el día me lo gasto en recordarte!
Cada lágrima que brota de mis ojos,
va cargada del recuerdo de tu rostro,
acercándose hacia mí para besarme.

No debiste venir aquella noche;
mucho menos demostrar que equivocarte,
te ha costado el mismo precio que me diera
cada instante de dolor tu cruda ausencia,
cada súplica de amor por recobrarte.

Que lloraste tanto o más que yo he llorado;
que sufriste tanto o más que yo he sufrido;
que el amor que yo guardaba para darte,
lo has deseado como tanto yo he querido,
entregarlo a ese ser que he soñado
¡y que no supiste ser cuando eras mío!

No debiste venir aquella noche;
¡mucho menos suplicarme que volviera!
Cada lágrima la he tasado como perla
y no hay un precio que me pague lo sufrido.

Ni siquiera te mereces estas líneas.
No hay moneda que valúe mis reproches.
Pero quiero que te quede muy presente
que el amor que yo guardaba para darte,
ya se lo he dado a los recuerdos que dejaste,
cuando estabas a mi lado cada noche.

No debiste venir… aquella noche;
no debiste venir pues motivaste
que mi alma recitara este poema,
estos versos que no estoy dispuesto a darte.

Pues como nunca gustaste de mi palabra en poema
y llamaste cursi a aquello que de mi alma brotaba,
lo diré sencillamente, con unas cuantas palabras:
Yo no regreso contigo, ¡porque no se me da la gana!

Enero de 1998

viernes, 12 de noviembre de 2010

La amistad de un amor


La caricia es dura cuando es frío el cuerpo; mas todo lo suple el bello recuerdo de lo que fue nuestro amor.





El amor es dulce... tu amistad sincera...
sólo hablo de ello cuando estás aquí.
Cuando estás ausente nada de ello queda
porque tu amor dulce y tu amistad sincera,
se vuelven infierno cuando estoy sin ti.

Tus suaves palabras pobladas de vida,
tus labios rozando mi encendida piel,
se vuelven saetas que llenan de heridas
mi cuerpo, mi alma, mis ansias dormidas,
llenando de muerte mi volverte a ver.

No te vayas nunca, no importa que muera;
aún en mi sepulcro te recordaré.
¿Cómo olvidar a ese ser que pudiera,
con su amor tan dulce y su amistad sincera,
deshacer el rumbo de mi padecer?

viernes, 29 de octubre de 2010

Desenamoramiento


Primero t hiciste del rogar. Q los artistas éramos raros; q nos era difícil sentar cabeza; q nos gustaba sólo disfrutar… Ahí empezó a perderse el encanto; pero lo dejé pasar, dándole una oportunidad a la posible realización d todo lo q había soñado para cuando estuviéramos juntos. Seguimos saliendo, como “novios d pueblo”, osease: al cine, al café y ya, aún arriesgándome a quedar como “novia d Puebla”, osease: sentada y comiendo camote.

En varias d esas ocasiones t escuché gritarles a los q hacían plantones, marchas… o a los q traían placas del exterior del Distrito Federal, después d ponérsete enfrente, q se regresaran a su aldea. Tu tono grosero, despectivo y, en exceso, insultante, me hacía preguntarme si recordabas q tanto tú como yo, éramos también originarios d alguna d esas “aldeas” d nuestra hermosa República Mexicana. Lo dejé pasar, dándole una oportunidad a la esperanza d una posible felicidad próxima venidera.

Cuando me enfermé d gripe, tuve q recetarme tu perorata del poder d la mente sobre las enfermedades: “t enfermaste porque quisiste, porque lo dictaminaste, porque lo decretaste, porque lo atrajiste”. Sentí q alguien me tocó el hombro y me “desencantó”, cuando en vez d recibir el apapacho necesario y rico del ser q amas, ante el cuadro d fiebre y tos, soporté tu homilía en el trayecto a la casa. D a tiro casi fallezco d risa cuando t enfermaste días después, tal vez con mi mismo virus, y me pediste el apapacho necesario y rico, porque tus demás amantes salieron huyendo. Lo dejé pasar, dándole la oportunidad a… en ese momento ya no tenía claro en la cabeza a qué le estaba dando esa oportunidad.

Meses después ya no tuve q dejar pasar nada. T alejaste horrorizado d mí cuando me dictaminaron cero positivo. No puedo negar q sufrí mucho; a pesar del proceso desenamorante d conocerte, ya t había tomado mucho cariño; podría decir q aún quería darle la oportunidad al “algo posible”. Pero acabé negándole la oportunidad a esa oportunidad, cuando caí en la cuenta d lo ruin q resultaba el saberte arriesgándote con otros cuerpos q no t amaban y sacudiéndote el mío como si fuera peste. ¡Qué barbajanada! Ya no lo dejé pasar porque al hombre d mis sueños, no lo imaginé tan vil.

Me fajé los pantalones y me propuse olvidarte. Lo logré. Asumí la enfermedad y los respectivos cuidados q me requería. Solo. No me dejaste ganas d más.

Pero la factura d la vida pronto llegó a tu domicilio. Uno d esos cuerpos q no t amaban, t hizo partícipe d mi destino. ¡Cómo me acordé d tu sermón “mentalístico” mientras t escuchaba por teléfono! Me sirvió d fondo musical tu no muy lejano: “t enfermaste porque quisiste, porque lo dictaminaste, porque lo decretaste, porque lo atrajiste”.

Tu llanto hizo mella en mi “corazón d pollo aldeano” y t ofrecí lo único q podía darte después d tu desprecio: un apapacho, un apoyo, una ayuda… aunque tu ruego era por recuperar el amor, el querer y el cariño q, antes, t había procurado sin reserva.

¡Qué bueno q nada t negué! Lo tendría en mi conciencia hasta este día. Aunque aún no sabía cómo le iba a hacer para perdonarte, para recuperar lo q con tanto trabajo deseché porque tú así lo quisiste, acepté recibirte… pero nunca llegaste. La televisión me informó, al igual q al país entero, q un joven artista había muerto víctima d un balazo, q le había asestado un manifestante humillado.

30 d abril del 2010

lunes, 18 de octubre de 2010

Veinte por cincuenta


Me gusta la zona sur d la Ciudad d México; por eso hablo siempre d la Calzada d Tlalpan. Y es q hubo un tiempo en q vivía por el Estadio Azteca y trabajaba en el metro Allende. Hablar d su tráfico es cansado para quienes viven en esa zona porque es la única avenida “rápida” q conecta el sur con el centro.

La flojera natural d levantarte una hora y media antes d lo normal, se ve compensada con la misma hora y media q ocupas para llegar a tu destino, si la suerte t hace ocupar un lugar en el microbús atascado. ¡No hay nada más placentero q dormir con el suave vaivén d un avance lento, y con el escándalo d los cláxones neuróticos, q evocan la mejor sinfonía del sordo Beethoven!

Ese día pude sentarme cómodamente en el microbús, q tiene su base justo en el Estadio. Mientras esperaba q se llenara y me acomodaba para mi plácido sueño, vi cómo un señor d aproximadamente 60 años, calvo, nervioso, enfundado en un traje azul desgastado y sin planchar, se buscaba unas monedas en cada una d las mil bolsas q tenía en toda su vestimenta. Cuando al fin consideró reunir la cantidad requerida, pagó y después se dirigió al asiento más cercano. La voz ronca del gordo personaje, q ese día fungía como nuestro chofer, lo detuvo:

- ¡Señor! ¡Una d las monedas q me dio es d 20, no d 50!
- ¡Ay, perdón! – exclamó el sin planchar y regresó sobre sus pasos para corregir su error, después d buscarse d nuevo en cada una d las mil bolsas d su atuendo.

El microbús arrancó por fin, pero sólo pude recuperar una hora d mi sueño porque, extrañamente, ese día el tráfico no estaba tan pesado.

Tenía media hora d sobra, así q opté por detenerme a curiosear en el puesto d revistas. Me sorprendió mucho mirar al señor calvo a mi lado, buscándose algún dinero, seguramente para pagar el periódico q llevaba detenido entre su cuerpo y brazo. Cuando al fin consideró reunir la cantidad requerida, se la entregó al joven voceador y se dispuso a retirarse; necesitó volver sobre sus pasos cuando el muchacho lo llamó con un chiflido:

- ¡Oiga, esta moneda es d 20, no d 50!
- ¡Ay, perdón! – exclamó el nervioso, mientras se buscaba d nuevo la pieza con la cantidad correcta.

Miré mi reloj. Aún me sobraban 20 minutos. Pude haber tomado el metro y llegar temprano a mi trabajo, pero opté por acercarme a un puesto d tacos de guisado y pedir un par d bistec y uno d moronga. En el otro extremo estaba el del traje azul, combinando el masticar d un taco d huevo cocido con la lectura nerviosa y acelerada d su periódico.

- ¿Cuánto juegas – especulé -, q a la hora d pagar, vuelve a entregar la moneda d 20 en vez d la d 50?

¡Lástima q la apuesta era conmigo porque hubiera ganado! El viejo volvió a regresar sobre sus pasos cuando el taquero le gritó, enojado:

- ¿Qué me quiere ver la cara d tarugo? ¡Esta moneda es d 20, no d 50!
- ¡Viejito mañoso! – dije para mí – ¡A fuerza se quiere transar a alguien! ¡Para despiste, ya fue mucho!

Saqué mi cartera y pagué con mis últimas monedas los 3 tacos consumidos. Me sobraban aún 5 minutos y no quise perderme el espectáculo cuando vi q el señor calvo d 60 años, nervioso y con el traje sin planchar, se acercaba a la taquilla del metro. ¡Estaba más q seguro q haría víctima d su falso descuido a la taquillera! Me aposté detrás d él y…

- Señor, discúlpeme, esta moneda es d 20, no d 50.
- ¡Ay señorita, qué pena! Permítame un momento.

…se buscó por enésima vez.

Reí. Saqué mi billetera y… ¡Ouch! Con horror miré q había olvidado ponerle dinero. El viejo se hizo a un lado y quedé enfrente d la taquillera q me miró, interrogante.

- ¿Y bien? ¿Cuántos? – preguntó.

¡Ahora ya tenía el tiempo encima y ni un quinto en la bolsa!

- Señorita… Usted me ve aquí todos los días. Sabe q soy una persona d trabajo. Pero hoy… ¿qué cree? No me traje dinero. ¿Me puede dar un boleto y mañana se lo pago?

La mujer levantó una ceja, como tratando d reconocerme, mientras el d atrás me apremiaba golpeando su zapato contra el piso.

- ¿Sabe cuánta gente me dice eso en el día? – preguntó la señorita, mientras me indicaba con la mano q me hiciera a un lado.

No pude más q obedecer y empezar a tronarme los dedos, mientras me recriminaba mi estupidez. El señor calvo se acercó a mí, riendo.

- ¡No sabe cuántas veces me ha pasado eso! ¡Tenga buen hombre! ¡Compre su boleto y váyase a trabajar!

Se fue todavía riendo mientras meneaba su cabeza d un lado a otro y agitando una mano, como sacudiéndose su propia estupidez.

No me quedó más remedio q agradecerle en silencio y después acompañarlo con su risa. Me senté en uno d los escalones del metro mientras comprobaba q el viejillo no era un vivales, sino un despiste completo. ¡Me había dado la tan insultada moneda d 20 en vez d una d 50!

domingo, 10 de octubre de 2010

Un hombre enamorado













Pierdes tu tiempo vilmente:
¡No podrás matar jamás el amor,
que habita en el corazón,
de un hombre enamorado!

Ni con tu ingrata ausencia,
ni con amores prestados…
¡No matarás el amor,
que habita en el corazón,
de este hombre enamorado!

Aunque, si quieres hacerlo,
córtalo todo de un tajo.
¡Mátame a mí, por favor!
¡Arranca el corazón
de este hombre enamorado!

Sólo así descansarás
de este amor tan obstinado.
Más, si luego vida hay,
aún te seguirá amando
¡el tan terco corazón
de este hombre enamorado!

18 de Octubre de 1991

viernes, 1 de octubre de 2010

Miedo

"En la tormenta recién pasada, la amistad quedó muy dañada y el amor completamente destruido... sólo nos queda el trabajo en el que, ya sin sonrisas y abrazos, triunfaremos sin compartirlo".

Ya no quise salir ni a la tienda desde las seis de la tarde. Algo me decía q no vendrías, pero acallaba esa voz esquizofrénica y me entretenía con una cerveza, mientras acomodaba botellas, refrescos, botanas y vasos, para la celebración d mi cumpleaños número 39.

A las siete llegaron Rosa y Miriam. Tequila para una y whisky para la otra. A las siete treinta tocaron la puerta y brincó mi corazón… Era Napo; whisky para su vaso. Las ocho enmarcó el nuevo brinco… Era Jorge, no tú. Ron su petición. Napo tomó la hielera y fue a la cocina a llenarla d nueva frialdad.

En la siguiente vuelta todos repitieron d la misma bebida. Las rondas se hicieron desiguales porque Napo se tomaba dos por cada vaso d nosotros. La música brincaba d artista en artista; las risas no mermaban ante cada cambio d plática. Eran las nueve. Todavía podías llegar.

“De un momento a otro”, me susurraba el alma esperanzada.

“No vendrá”, entre carcajadas, se mofaba la voz esquizofrénica.

A las nueve treinta tocaron la puerta y saltó mi corazón… Era la otra Miriam con Abraham y su pequeño Vale, no tú. Tequila para ella; Abraham un ron d otra marca y Vale jugo de manzana. Nueva procesión respetuosa d hielera; nueva ronda… Se acabó la cerveza y cambié a cogñac.

A las 10 sonó el teléfono y extrañé el brinco porque empezaba a sentir desolación. Tal vez anunciarías tu llegada tardía. Tal vez anunciarías tu falta d asistencia… Era Pepe, el hijo de Rosa, no tú. Lloraba. Alguien estaba en su departamento mientras él permanecía encerrado en su recámara. Pedía a gritos una ayuda q Napo, Abraham y Jorge se aprestaron a proporcionarle yendo a buscarlo, mientras yo lo tranquilizaba por teléfono.

Al parecer el fantasma d la abuela paterna rondaba al inocente niño, como una forma d desgraciarles el fin de semana a sus divorciados papás. No lo logró; el “don” nunca contestó el celular y Pepe se unió a mi festividad. Finalmente se divirtió con nuestros chistes, bailes, chismes y desvaríos, después d los abrazos de consuelo y d nuestros consejos: “la próxima vez miéntale la madre, insúltala hasta q te canses; la mejor manera d sacudirte a los fantasmas es demostrarles q no les tienes miedo”.

A las once empecé a temer q la voz esquizofrénica tuviera razón. La música danzaba d artista en artista: “Me cansé d rogarle…”; “… te di mi amor sin maquillaje, amor q más q amor fue devoción”; “¿qué cielo cruzas sin extrañarme nube perdida?”; “…cancionero… muchas veces te pedí una canción para brindar por su alegría”.

Las risas seguían sin mermar ante cada cambio d plática: “¡la próxima vez miéntale su madre, Pepe, aunque se enoje tu papá!”; “desde q murió el señor Azcárraga ya no hay quien compre al equipo contrario y por tanto seguirá perdiendo el América”; “¿Qué tienes Luis? Si estabas contento…”.

Otras procesiones d hielera; otras rondas; renovación d botanas.

A las doce apenas brincó el órgano q, dicen, es el dueño del amor. Fue porque confundí el ruido d una puerta vecina. No pude evitar asomarme por la mirilla. “¿Qué tienes Luis? Si estabas contento…”

Ya cansado d brincar sólo atinó a llorar; el corazón no pudo evitar q temblaran las manos, los pies… el alma… y convirtió su llanto en las lágrimas amargas q dejaron salir mis ojos… Las rondas y procesiones se suspendieron por un rato… La “Trevi” se dio vuelo con su: “Señor, si me llevas contigo… voy a prenderte estrellas en el infinito”, las seis veces q mi dedo regreso el disco mientras mis labios permanecían cerrados y mi rostro ajeno.

El: “¿Qué tienes Luis? Si estabas contento”, se enrocó con un sinfín d manos y brazos alrededor d mi cuerpo; todos con los labios ya callados… sin más preguntas… respetando el duelo del q hasta hoy t anhela en vano.

El “esperado” consolidó su ausencia con la d muchos días, tardes, noches y madrugadas d silencios. Esa noche resultó sólo el cimiento d un: “nunca”, q saldría d sus labios en nuestro siguiente encuentro.

Me cuentan q Pepe aprendió. La abuela maligna volvió y después d dos mentadas d madre se fue muy indignada.

El fantasma d tu ausencia cruel me dio miedo esa noche. No me he desahogado con nadie porque, para proteger tu imagen, d ese fantasma sólo sabemos tú y yo. Lo he amado. Le he llorado. Le he prendido veladoras d sexo y d compañías casuales. Lo he odiado. Le he mentado la madre. ¡Le he insultado hasta cansarme… pero no se ha querido ir! El fantasma d tu ausencia cruel me dio miedo esa noche y me da miedo cada día, cada tarde, cada madrugada. Y sigue aquí… conmigo…

Sigo besando los bordes del vaso en el q bebiste, la única vez q t tuve. Sigo venerando aquel camerino en el q m besaste y te entregaste a mí… y en el q creí ver un futuro maravilloso q nunca quisiste regalarme.

A veces sonrío; recuerdo tu rostro muy cerca del mío… es una forma de tenerte.

6 de junio de 2008

domingo, 19 de septiembre de 2010

De cómo dejé de fumar... o de cómo nos hicimos novios


¡Era tanto su enojo en cada ensayo, que me hacía sentir muy mal! Nunca me decía nada, pero su torcer de boca y sus peticiones de abrir las ventanas, me lo hacían evidente. Trataba de fumar lo menos posible porque su presencia hacía que mi casa se llenara de luz… al menos así se refleja el exterior cuando alguien está enamorado y en presencia del ser que ama… pero no podía evitar escurrirme hacia la cocina, mientras repasaba su soliloquio, y darle rienda suelta al fétido vicio, abanicando su peste hacia el extractor.

Muchas veces pensé dejar el cigarro, pero sólo lo intenté una vez. Fueron, que yo recuerde, las cinco horas más angustiantes de mi vida; al cabo de su paso el vicio se me incrustó como sanguijuela recién renunciada como Testigo de Jehová, y el paquete de veinte cigarrillos diarios se me convirtió en cajetilla y media.

Una tarde lo platicamos. Él no podía creer que las raíces del vicio estuvieran tan incrustadas en mi humanidad. Yo tampoco. ¡Me sentía tan débil y cobarde ante él! ¿Cómo pretender su amor si no tenía ni la voluntad necesaria para dejar un vicio?

Un año antes (por cierto, mientras me fumaba un cigarro), le había hablado de mis deseos:

“Cuando miro tus ojos, tu nariz, tus labios… tan cerca de los míos… ¡no sé de dónde he sacado fuerza para evitar suspender la escena y tomarme ese aliento que brota de tu respiración entrecortada! Cuando aflojas tu camisa y dejas aparecer tu pecho duro; cuando das vueltas en el piso del proscenio y puedo mirar tus nalgas erguidas, tus piernas fuertes; cuando te quitas los zapatos y puedo sentir el aroma de tus pies sanos, contemplar cada uno sus dedos, sus uñas pulcramente cortadas, y la vellosidad fina que viste su empeine; cuando te tocas, por encima del pantalón, ese bulto que se antoja apetecible y lo frotas contra mi espalda en la escena de la amenaza; cuando tus manitas suaves y tersas me acarician el rostro en lo marcado como mi muerte… ¡no sé cómo no me olvido del público y te arrebato hacia mí para hacerte mío ahí mismo, con ese salvajismo que embriaga a nuestros personajes y que se te escapa de los ojos en la vida real!”.

Medio año antes (evidente, con cigarro en mano), le había hablado de mi amor:

“Es sagrado. No es algo que proceda, como piensas, de una simple testarudez. Me lo ha dicho cada mañana, cada tarde, cada noche… cada madrugada de descanso truncado, después de un sueño contigo; el abandono de la cama para ir a tocar, abrazar y llenar de besos, el póster que adorna mi pared de triunfos y en el que tu imagen se me regala completa, sin ánimos de escape. Hasta aquí te sueno a obsesivo, lo sé. Pero tengo los argumentos vívidos para refutarte. Un obsesivo sólo exige, requiere, necesita, presiona, obliga… yo valoro, admiro, respeto. Tus alas han estado libres en todo momento; te he visto volar desde mi cumbre y sólo he levantado mis manos para saludarte al paso. He descubierto en tu alma la nobleza; en tus ojos la verdad y en tu frente la seguridad necesaria para enfrentar la vida. Me he sentado a esperar… No ha salido de mi boca ni un solo reclamo ante cada una de tus decisiones; y mira que muchas de ellas han sido para alejarte de mí; antes he levantado mi pulgar para desearte la felicidad que te mereces y que nunca te negaría… porque amar sólo es desear que el ser amado sea feliz. Eso, sólo eso, es lo que deseo para ti”.

Hace un mes (sala de cine horas antes; té en la sala de mi casa; plática completamente ajena… cigarro presente), sin que lo esperara (dicen que el amor sólo llega así), sacaste la cajetilla de la bolsa de mi camisa y la tiraste al bote de la basura. Yo permanecí en mi sillón favorito mientras miraba tu arrebato. Regresaste a mí; te hincaste al frente; sacaste un estuche negro de la bolsa de tu pantalón; lo abriste y me enseñaste su interior; en él descansaba un anillo, con un pequeño diamante en su corona… el cigarro tembló entre los dedos anular y cordial de mi mano derecha. Hablaste. Y desde entonces…

“se ha suplido el ansia de mi cigarro en mano, con tu mano; el dejillo acre de la nicotina con el sabor de tu simiente, trocada en dulce por el deseo… y la costumbre del cigarro en la boca, con tus labios. Mi vicio obsesivo, con tu cercanía diaria, con tu amor… ahora es el vicio más cursi: el de amarnos cada mañana, cada tarde, cada noche… cada madrugada de descanso truncado, después de entregarnos a un deseo que sabe a eterno.

02 de mayo de 2010

jueves, 9 de septiembre de 2010

2012... ¡"Ira" nomás!

Corrían los años 900 d nuestra era, ahí en la región del Tortuguero, en el estado d Tabasco. Se acercaba la noche fresca d ese día caluroso. Layná cenaba con su esposa e hijo, sin poder esconder una alegría q se le salía hasta por los poros d su gran cabeza, muy escasa d pelo.

Y es q esa noche terminaría… ¡Por fin! ¡Apuntaría, sobre una confusión d tela y papel hecha con henequén, los últimos datos d ese maldito calendario q iniciara su bisabuelo, continuara su abuelo, y cuya manufactura le heredara su padre! Sus 49 años, casi completitos, los había dedicado a salir cada noche y medir con una vara, en cuya punta descansaba un círculo d madera, la trayectoria del planeta Venus.

Layná fue muy infeliz.

Trabajaba incansablemente todas las noches ayudando a su padre, mientras sus amigos se divertían en la “discoteca” (en ese tiempo no se llamaba así, claro, pero también había bailongo al ritmo d los tambores, X’tabentún para aflojar “carnita”, importado d la tierra de los Itzáes, y varios empleados del lugar cubrían y descubrían unas antorchas para hacer el efecto embriagador d las luces).

En las noches con luna, los jóvenes d su edad salían a la plaza a caminar con sus novias; a veces se perdían entre la maleza para darse un “lleguesito”, mientras q Layná detenía la vara con el círculo d madera en su punta, para q su padre anotara los datos a las 9:00, a las 9:30, a las 10:00… Cada media hora era d zancada pequeña, con la vara apuntando al planeta… y después un seguir d pléyades, cinturón d Orión y Osa mayor e hijo.

En el día, además d cincelar en una piedra los datos recabados, eran las lecciones para hacerse astrónomo a fuerza: q el tzolkin dura doscientos sesenta días, q tiene veinte kines; q el katún consta d siete mil trescientos días con sus noches; q veinte Katunes forman un Baktún; q una vuelta completa del movimiento d precesión dura veinticinco mil setecientos sesenta y siete tzolkins; q se debe sembrar en… para cosechar en… mientras q la celebración d… ¡Bua! Lección tras lección q Layná tuvo q enseñarle letra por letra a su retoño, fruto d una boda forzada porque le era obligatorio tener un heredero para continuar la tradición sacerdotal d su familia.

Esa noche q cenaba con su esposa e hijo, Layná no podía esconder la alegría q se le salía hasta por los poros d su gran cabeza, muy escasa d pelo: esa noche terminaría el décimo tercer Baktún, el día en q descendería del cielo Bolón Yokté Kú, el dios d los nueve pilares.

- ¡Mis huesos en el altar d sacrificio! – gritó, después d tragarse una gran cucharada d frijoles colados, seguidos d un pedazo de tortilla - ¡Tantos trinches katunes d mi vida perdidos, sólo para celebrar una cochina fiesta religiosa!
- ¡Celebración sagrada! – replicó la mujer - ¡Y tú trabajo es toda una tradición!
- ¡Toda una tradición q sirve para esperar grandes pachangas, mientras los q las calculamos arruinamos nuestras vidas!
- Con eso ha comido toda tu familia durante cientos d kines. ¡Orgulloso deberías d estar por ser un Ha Kín!

Layná detuvo ese repentino ataque d ira, q le acosaba constantemente debido a su frustración eterna, y miró a su hijo d apenas 14 tzolkins. Acarició su cabello puntiagudo, para después reclinarse hacia él.

- ¡Gracias a Kukulkan, querido paal mío, tú sí podrás hacer lo q quieras con tu vida! Lo bendecirás siempre por haberte dado un padre pensante y no tradicionalista.

Se apartó del muchacho y volvió d nuevo a su mujer.

- Mañana a primera hora iré a ver al gran señor Est’bán Gon’jot y le entregaré el calendario… junto con mi renuncia.
- ¿¡Estás loco, Layná!? ¡Tu familia y tu descendencia son los únicos sacerdotes capacitados para la elaboración d…!
- ¡Me vale “Ná”! ¡Mi paal no va a desgraciar su vida con estas pendejadas del tiempo y el espacio!

Layná se puso d pie dando un manotazo sobre la mesa y salió d la casa hecha d bajareque, con techo d palma, todavía refunfuñando.

- ¡Pelaná! ¡Si lo q importa del tiempo es vivirlo, no nomás estarlo contando!

A las cuatro d la mañana, Layná hizo su último apunte sobre aquella confusión d tela y papel, para después dejarla caer al piso junto con su pincel. Levantó los brazos hacia el cielo y pegó un grito tan fuerte, q algunos monos aulladores se despertaron y le hicieron la segunda. Su hijo lo miraba a corta distancia, ligeramente asustado, sosteniendo aún la vara coronada del círculo, apuntando hacia Venus. El Ha Kín se acercó a él; lo abrazó y besó.

- Paal mío. Por fin terminamos el décimo tercer Baktún. ¿Quién va a hacer los siguientes? ¡No me importa! Yo no t voy a obligar, como me obligaron a mí, a ser un Ha Kín. Ahora mismo vamos a labrar en la piedra estos últimos datos y mañana iremos con el gran señor a renunciar.

Layná miró hacia ese cielo q tanto odiaba. Le pareció diferente ¡hasta bello! Haló a su hijo y ambos se sentaron en la tierra húmeda.

- ¡“Ira” nomás! – exclamó - ¡Qué hermoso resulta el cielo cuando deja d ser carga y se convierte en cobija! – Volteó hacia su hijo, q sólo miraba hacia arriba con la boca abierta – Mañana mismo t conseguiré a un esclavo para tus prácticas sexuales y t casarás con quien tú quieras y cuando lo decidas – El niño volteó hacia él y abrió aún más grande la boca.

Pero no todo resultó como Layná lo había pensado. El gran señor estaba muy ocupado y se tardó varios días para poder recibirlo. Montaba guardia en la mañana, en la tarde y en la noche frente al Palacio, pero del gran señor ni sus luces. La carga d aún ser el Ha Kín encargado d continuar con la siguiente etapa del calendario, le doblaba la frustración añeja y lo llenaba cada vez más d ira.

Tres semanas después, por la tarde, cuando el gran señor Est’bán Gon’jot por fin se dignó recibirlo, Layná entró al palacio cargando una gran piedra, ayudado por su hijo y un par d esclavos. Hizo las reverencias debidas. Puso a la vista la talla. Est’bán la miró complacido, para después ordenar q fuera colocada a la vista, en alguno d los templos.

- Tal como mi bisabuelo quedara con tu bisabuelo – habló, apenas mirándolo –; tal como mi abuelo quedara con el tuyo; y d la misma forma q mi padre quedara con tu padre, yo, el gran señor d Tortuguero, quedo contigo complacido Ha Kín Layná. Sé q en el siguiente Baktún pondrás el mismo empeño, mientras adiestras a tu hijo para continuar con la tradición.

La sola mención hizo q los cachetes d Layná se pusieran muy rojos, al mismo tiempo q sentía un calor indescriptible a los lados d su gran cabeza, q le hacía palpitar fieramente las venas d sus sienes.

- ¡Gran señor! Justo vengo a decirle q tanto mi hijo como yo, desde este día renunciamos a eso q, seguramente, usted llamará noble tarea. He arruinado cada día d mi vida, cada tarde d mi vida, cada noche d mi vida, en esta labor y no pienso orillar a mi hijo a q sufra lo mismo. Puede usted hacer ladrillos con su piedra d Baktún y metérselos por su complacido trasero. ¡Por el amor d Kukulkán! ¡Con los dichosos calendarios estamos adelantados más d mil quinientos tzolkins, y d aquí a esas fechas quién sabe si existamos! Ya tenemos el calendario Haab… ¡y el d la cuenta larga está adelantado más d tres mil tzolkins! ¿No cree q ya basta d tanto futuro? Ahorita estamos a punto d convertirnos en ruinas con tantas guerras, por la falta d lluvias… ¿No cree q ya deberíamos pensar en el presente, amén d q ya estoy hasta la Ná?

Mientras la ira d Est’bán iba creciendo, la ira d Layná se convertía en temblor. El par d esclavos y el heredero abrían cada vez más su boca, mientras retrocedían lentamente hacia la salida más cercana. Al gran señor los cachetes se le pusieron muy rojos y las venas d sus sienes se dejaron ver palpitar fieramente, como si todo el fuerte calor d la selva se le estuviera acumulando a los lados d su gran cabeza.

* * * * *

Fue una verdadera estupidez la mía caerme en aquel cenote, en el q casi me ahogo, mientras acompañaba a mi padre a cazar venados en la selva yucateca. Y es q ya me había advertido q, cuando corriera, me cuidara d dónde pisar porque había algunos cubiertos totalmente por la maleza. Pero bien dicen q no hay caída q no le sirva a uno para impulsarse hasta arriba.

Descubrí, en el recoveco d una gran piedra, una confusión d tela y papel hecha con henequén. Ahí, con la ayuda d mi abuelo q conocía perfectamente la lengua maya, me enteré q Est’bán Gon’jot había dirigido toda su gran ira sobre Layná haciéndolo pedacitos esa misma tarde con sus propias manos. Q el joven heredero había salido corriendo junto con el par d esclavos y habían huido rumbo a mi tierra en donde les dieron asilo. Q ese par d esclavos eran los q Layná le había conseguido para sus prácticas sexuales… y q habían sido muy felices hasta el día d su muerte, con su amor d tres. Y lo más importante: como nadie sabía calcular con exactitud ese asunto d los calendarios, justo se terminó en lo q hoy conocemos como 23 d diciembre d 2012.

¡Sabía q tenía un tesoro entre mis manos! Y como soy muy estudioso d mis orígenes mayas… y me dedico a hacer documentales… ¡d tarugo les digo! Mejor sigo ganando carretadas d dinero d aquí al 2012… y después del 23 d diciembre doy a conocer q recién me caí en un cenote y encontré la historia d la frustrada vida d Layná, la ira d un gran señor y los placeres ocultos d su hijo. Bolón Yokté Kú, el dios d los nueve pilares, llegó un poco anticipado para mí… jejeje.

11 de agosto de 2010

miércoles, 25 de agosto de 2010

PARA QUE NUNCA DIOS NOS SEPARE (Temporada 2010)

"Entre el amor y la obsesión sólo hay... ¡una carcajada!

RESEÑA

Un compositor romántico y de corazón noble, un profesor de secundaria afeminado y escandaloso, y una mujer obsesionada con una relación ya concluida, se unieron en esta comedia hilarante, con el matiz de suspenso al que nos tiene acostumbrados su creador y director de esta puesta, Luis Felipe Pacheco.

En medio de un ambiente confuso, conocimos a Benjamín y a Valentina. Con un diálogo ágil, por momentos agresivo y en otros romántico, descubrimos los secretos que la historia guardaba y que nos sirvieron de preparación para la llegada de Damián, con quien la comedia tocó su punto climático.

Resulta difícil realizar una sinopsis precisa porque la obra, desde su inicio, oculta las verdades que se descubren en el transcurso de la trama. Lo que debe quedar plasmado, en definitiva, es que su final resultó completamente inesperado, conmovedor, sin que con ello se perdiera el humor negro.

Yozvan Santos (premio al mejor actor de teatro independiente 2010, con la obra: “El Tercer Gemelo”, del mismo autor), Luis Felipe Pacheco (celebrando 25 años de carrera artística), y Nayely Yedid, le dieron vida a los tres personajes de esta comedia original, que inició temporada el 26 de junio en el “Centro Cultural Sylvia Pasquel” y concluyó el 04 de septiembre de 2010.

El texto de: “Para que nunca Dios nos separe”, obtuvo el segundo lugar en el Congreso Estudiantil de Crítica e Investigación Literaria 2009, que organiza la Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa. Sus jueces lo definieron como un texto con:

“Fluidez en una trama sencilla, sin grandes complicaciones, pero con gran consistencia; una anécdota interesante y divertida”.

“Los personajes están perfectamente delineados y permiten un amplio margen para su interpretación sobre la escena; son atractivos, atrayentes e interesantes”.

“Elegancia en el discurso y sobriedad clara en el diálogo”.

“Notable habilidad para eludir lugares comunes y experimentar con nuevas estructuras anecdóticas a partir de viejos esquemas argumentales, tratados ya hasta el hartazgo”.

domingo, 1 de agosto de 2010

Todavía no sé


Publicado el 8 de Julio de 1999, en “El Juglar”, suplemento cultural del “Diario del Sureste”.

También forma parte de mi compendio “Cosas del escritor melancólico”, publicado en abril del 2004.



La sala de aquella casa estaba atestada de camarógrafos, reporteros y familiares cercanos, de quien agonizaba en la recámara superior. Todos esperaban la señal del médico para subir y presenciar los últimos momentos de aquel famoso declamador, que todavía llevaba el nombre de Elías Carmona.

Don Elías quería morir haciendo lo que había hecho toda su vida de fumador: Declamando. Había escogido: “En paz”, de Amado Nervo, para decirle adiós a sus muchos admiradores y a la vida.

Cuando el médico lo consideró pertinente salió de la recámara y, desde arriba, hizo una señal con su dedo índice para que todos entendieran que ya podían subir.

Ignorando pleitos de televisoras, de periódicos y de familia, todos subieron en perfecto orden como guardándole respeto al aún joven moribundo. Sin preocuparse si estaban en primera, segunda o tercera fila, se acomodaron dentro de la amplia recámara; encendieron cámaras, luces; tomaron lapiceros y pequeñas libretas; sacaron sus pañuelos o kleenex… y se dispusieron a escuchar las últimas palabras del admirado mundialmente.

Con la misma vehemencia que siempre lo caracterizó, ahora matizada con un difícil respirar, don Elías inició el poema ante las lágrimas de todos sus espectadores. Con cada palabra parecía que se le iba el alma; todos pensaban que no podría terminar… pero terminó. Cuando pronunció aquel famoso: “Vida nada me debes, vida estamos en paz”, su respiración se detuvo abruptamente y su cabeza perdió total fuerza.

Un murmullo de dolor se dejó escuchar entre los asistentes. El médico se acercó al cuerpo inerte y, después de mover la cabeza anunciando el deceso, pidió a todos que salieran para comprobar su dictamen.

Cuando el último de los asistentes salió y cerró la puerta, don Elías llenó sus pulmones de aire con desesperación, y recobró su pálido color.

- ¡Eres un animal! – reprochó al galeno - ¡Casi me ahogo! ¿No pudiste correrlos más rápido?

- ¡Era mucha gente, don Elías! ¡Además yo pensé que realmente estaba muerto!

- ¡Debería estarlo, maldito! ¿No se supone que me quedaban sólo tres minutos de vida?

- Yo mismo estoy extrañado. ¡Tiene usted los pulmones destrozados! ¡Nadie en su situación estaría ya vivo!

- ¡Pues todavía lo estoy! ¿Me puedes decir qué vamos a hacer ahora?

- Decirles que me equivoqué… que sólo fue un desmayo…

- ¿Estás loco? ¡Las cámaras han grabado mi fantástica muerte! ¡Miles de personas llorarán por su ídolo al verlo morir tan dramáticamente, tan idealmente! ¿Quieres echarlo todo a perder?

- Pues no, pero…

- ¡Nada! ¡Encárgate de mi velorio en la mejor y más amplia capilla de la ciudad!

- ¿Y si no se muere antes del entierro?

- ¿No me estás diciendo que, practicamente, ya estoy muerto?

- Así debería ser.

- ¡Entonces dame un cigarro y haz lo que te digo!

Don Elías aspiró aquel humo, vital para sus nervios, mientras se sentaba en el borde de la cama y ante la mirada reprobatoria del médico.

En la planta baja los familiares cercanos lloraban la pérdida del elocuente declamador y despedían a los medios de comunicación, cuando el doctor bajó y anunció oficialmente el deceso. También aclaró que era última voluntad del difunto que él, como su médico y amigo, se encargaría de todo, además de dos peticiones más: que nadie se acercara al féretro, excepto él, y que lo cubrieran con cajetillas de cigarros llenas.

El médico, esperando ya sólo encontrar el cadáver de don Elías, regresó a la recámara y lo miró sentado en el mismo borde que lo dejara, con un nuevo cigarro en la mano.

- ¡Ya no fume! – pidió, preocupado.

- ¡Ya no me molestes! – respondió enojado, el pretencioso declamador.

Unas horas después el cuerpo era velado en la mejor funeraria de la ciudad: "Gayosso", de Félix Cuevas. Los noticieros sólo dicen lo de "Félix Cuevas" para no meter un “Gol”; ¡cosa más absurda...! ¡Todo mundo ya sabe de qué funeraria se trata! El ataúd estaba abierto, pero el médico no permitía que nadie se acercara; montaba guardia a un lado de la cabecera.

- ¿Hay mucha gente? – preguntó Elías, con el rostro amoratado por el escaso aire que recibían sus pulmones enfermos.

El galeno sacó un pañuelo y fingió secarse el sudor para poder contestar.

- Demasiada diría yo.

- ¡Se está acercando la hora del entierro y nada que me muero, maldito médico de caricatura nueva!

- ¡No se preocupe! ¡Ya no tarda!

- ¡Más te vale! ¡Espero que, al menos, ya tengas las cajetillas de cigarros que me fumaré mientras me entierran!

Ya estaban ahí. El médico cubrió su cuerpo con ellas, minutos antes de partir al cementerio.

- ¡No me he muerto, maldito! – masculló el “difunto”.

- En el trayecto. En el trayecto.

Culminó el trayecto y nada.

- ¡Maldito!

- Estoy seguro que mientras la tierra cubre el féretro.

Y la tierra lo cubrió. La gente empezó a marcharse; los medios de comunicación lo dieron todo por terminado y planearon un futuro homenaje. El médico creyó escuchar un: - ¡No me he muerto, maldito! – antes de retirarse.

Algunos metros abajo ya no importaba nada. Fumar, seguramente, acabaría con el poco oxígeno que guardaba la caja. Don Elías tomó una cajetilla; la abrió. Buscó en su bolsa izquierda y no; buscó en su bolsa derecha y no…

El médico ya no escuchó su último grito: - ¡No me dejaste encendedor!

Octubre de 1998

jueves, 22 de julio de 2010

La razón de mi existencia

"Es verdad q a los 40 puedes decir q has aprendido mucho; q eres maduro... Es verdad q t brota el deseo d compartirlo... Es verdad q ya no esperas tanto d la vida y sí q disfrutas lo q tienes... Pero con el amor... ¿alguien me puede decir qué hago con todo el amor q me atasca las manos... q se enloda con tanta lágrima porque el ser q amo no me lo quiere recibir, a pesar d tantos años reservándoselo?" LFP

Quise esta noche sentarme frente a mi escritorio,
tomar una hoja y el lapicero chistoso
con el que siempre escribo,
para pedirle a mi alma
que guarde, por Dios, la calma,
mientras espero tu arribo.

El tiempo, cual cruel enemigo,
a veces me desespera.
Me hace pensar que tu llegada,
por tanto tiempo esperada,
es sólo un sueño de niño.

Yo sé que no… ¡Llegarás!
Llegarás porque creo incoherente
que esta mi espera de años,
tan llena de amores frustrados,
no tenga por premio tenerte.

Tan seguro estoy de lo que digo,
que te escribo aún sin conocerte.
Quiero darte, en primera, este escrito;
demostrarte con palabras que he tenido
¡toda una vida esperando verte!

Y si la vida premiara esta mi tan larga espera;
si mis ojos te miraran y, entre tanta gente,
te reconocieran,
no me importarían todas las cadenas,
todos los obstáculos que frente a mí estuvieran
para llegar a ti y darte como ofrenda,
este tan inmenso amor que mi corazón reserva para ti…
y sólo para ti…
mi desconocido amor…
la razón de mi existencia.

5 de abril de 1996

viernes, 16 de julio de 2010

Sábanas limpias









Me desperté muy temprano por dedicar este día
a limpiar de tal manera, que no quedara en la casa
ni una cucaracha viva.

Le puse sábanas limpias a mi colchón tan ansioso,
y fundas recién lavadas a las almohadas que, en noche,
sólo reciben mi rostro.

Una rosa que estorba mi respirar asmático,
al pobre florero azul que, al igual que yo,
siempre está solitario.

Le puse empeño en mi baño a los rincones estrechos
y, para que te fuera grato…
¡hasta abrí el perfume nuevo!

Cortó mi cabello, en cuidado, mi amiga la de la estética,
pues le conté, sin empacho,
que había acabado la espera.

Y hasta incluyó en su precio, sin que yo se lo pidiera,
un deliñe majestuoso de mi barba y mi bigote,
para darte un placer extra.

El amigo con quien vivo se programó una salida,
por si en volumen querías la música que te gusta
y el gemido que te excita.

Cancelé todas las citas de trabajo y merecidas;
cualquier ilusión o sueño,
por brindarme en exclusiva.

Me permití imaginar lo que sólo hemos hablado;
y hasta escribí con detalles
nuestra entrega paso a paso:

Desde el salud con cerveza, hasta el estrecho deseable…
un principio con ternura,
y un terminar salvaje.

E imaginé con tal fuerza que no me quedó más remedio
que poner sábanas limpias, con fundas recién lavadas,
al lecho donde aún te espero.

Porque de nada sirvió mi levantada temprana,
ni el holocausto masivo que me hizo el asesino
de mis amigas insanas.

La belleza de la rosa que estorba mi respirar asmático,
ni el empeño de mi amiga
por parecerte más guapo.

Ni el escoger de los discos con la música que gustas,
ni la huída de mi amigo,
ni las ansias que hoy me asustan.

Porque fue fugaz tu estancia, y tan llena de oquedades,
que dejó mis ansias locas
otra vez… en esperares.

Ya tengo sábanas limpias para cambiarlas mañana;
en contraste de mis sueños,
será por soñar tu estancia.

Y en fundas recién lavadas volveré a soñar tu cuerpo…
y el placer que me prometes…
para este próximo invierno.

12 de octubre del 2006 (2:04 AM)

lunes, 28 de junio de 2010

¡Ya estrenamos!


Pues sí, mis queridos amigos... ¡Ya estrenamos mi comedia "PARA QUE NUNCA DIOS NOS SEPARE", con lleno casi total, muchas risas y excelentes comentarios! Espero puedan acompañarme pronto porque será breve la temporada. "CENTRO CULTURAL SYLVIA PASQUEL" (Av. Juan Escutia 96, entre Pachuca y Mazatlán, Col. Condesa, metro Chapultepec, México, DF). SÁBADOS 8 DE LA NOCHE. Informes y reservaciones: 5211 49 41 y 5553 75 01. Loc. $100.00

Con este montaje y con este personaje "especial", que tenía muchas ganas de interpretar desde hace mucho tiempo, celebro mis 25 años de carrera artística. Sería un gran honor encontrármelos entre el público. ¡Los espero!

martes, 25 de mayo de 2010

Lazos

Los lazos entre dos seres se van tendiendo con un continuo dar y recibir. Se van haciendo más fuertes con la convivencia constante, y acaban en nudos indestructibles cuando el tiempo, gratinado de detalles, de buenos y malos momentos, salpica de recuerdos las ausencias, y crea uno nuevo en cada encuentro.

lunes, 10 de mayo de 2010

En el colmo de la pasión






¡Fue en el éxtasis supremo de nuestra primera vez…!


Después de pensarlo por mucho tiempo; después de dialogarlo por noches enteras… cuando por fin decidimos arriesgar nuestra amistad con una relación de pareja, ni tú ni yo teníamos idea de cómo enrocaríamos tantos recuerdos filiales encima de una cama.

Decidimos dejarlo al azar. Decidimos esperar el momento; la ocasión; las ganas; el deseo…

Celebramos la muerte de 1999 y el nacimiento del 2000, cenando con tu madre anciana. Cuando llegó tu hermana la mañana siguiente, salimos de tu casa y nos fuimos a comer. “La era del hielo” fue la película escogida para pasar la tarde, antes de decidirnos a deambular por los pasillos comerciales de “Plaza Universidad” y criticar, como siempre, el vestuario estrafalario, el peinado ridículo o la “jotería closetera” de cuanta gente rara se nos atravesara por el camino.

Nos fuimos a mi departamento poco antes del cierre del metro. En orfebrería inusual te bañaste, mientras yo escogía los pijamas y vestía la cama con sábanas y fundas recién lavadas. Te dejé mirando la tele y ungiéndote crema por todo el cuerpo, mientras repetía ese rito de baño, para mí muy usual ante tu presencia en mi lecho.

Sólo la luz del televisor iluminaba la estancia cuando salí de mi ducha. La sábana superior te cubría el cuerpo y tus ojos, maravillosamente negros, se entretenían con el documental en turno del Discovery Chanel. Me recosté a tu lado y me entretuvo tu elección, hasta que nuestros respectivos bostezos nos anunciaron la hora del sueño.

Quise programar el “sleep” en el turno de una hora, como acostumbrábamos, pero preferiste que apagara el aparato antes de cruzar tu brazo sobre mi cuerpo y amodorrar tu cabeza encima de la almohada.

Tu aliento caliente, aún de sabor desconocido, meció los cabellos de mi nuca; tu pecho vibrante le convidó sus aún filiales latidos a mi espalda; tus pies, siempre inquietos, jugaron un rato con los míos, antes de detenerse y expresarme, en tradición educada, ese “buenas noches” que nunca nos dijimos… mas ni tú ni yo teníamos en mente ese buen deseo de sumergirnos en la negrura del descanso revitalizante…

Yo pensaba que pensabas en esa, como la noche propicia. Tu cercanía era la misma que disfrutara en nuestras muchas oscuridades anteriores, pero en el ambiente podía respirarse el aroma de un extraño ente; como si mi deseo y tu deseo, en curiosidad común, se materializaran en manos colosales y nos empujaran al regazo de una maternal pasión.

Tu… en certeza, no sé lo que pensabas. Supe que tampoco dormías cuando tu cuerpo me ofreció, cauteloso, la reciedumbre de ese músculo que no te conocía; en tímido vaivén, compartió su calor y ansia con mis glúteos temblorosos. Tu mano en mi pecho, invitó a sus dedos al paseo y repintaron, con sudor, el contorno de mi tetilla más cercana.

Mi cuerpo aceptó, gustoso, cada invitación de cortejo, pero quiso entrar por la puerta grande al recinto de la fiesta: voltee hacia ti y me adueñé de tus labios, ansioso por conocer los secretos de tu aliento; apretujé mi cuerpo contra el tuyo y enrosqué mis piernas en las tuyas para asesinar en rapidez, con nuestras dos estacas certeras, nuestra agónica amistad, y darle el soplo de vida a nuestra pasión, necesaria para el incipiente y deseado amor.

La locura nos envolvió… recorrimos cada palmo de nuestros cuerpos con nuestras respectivas bocas, lenguas, manos… confundimos caricias y estrujamientos; besos y mordidas; amistad y amor… Y, de pronto, me poseíste… arrebatado… loco… Me hiciste sentir poseído… arrebatado… loco… Y en el colmo de la pasión, no lo pude evitar, grité tu nombre: “¡Gabriel!”.

Supe entonces que la amistad no había muerto… Detuviste todo movimiento y te acercaste a mi oído, preocupado. El: “¿qué?”, recién salido de tus labios, precedió mi gesto interrogante.

La amistad no había muerto pero, por esa noche, la pasión fue abortada en medio de nuestras respectivas risas.

13 de abril de 2010

jueves, 29 de abril de 2010

Razón... ¡no me despiertes!












He soñado tantas veces, y he deseado tantas cosas,
que cuando te tengo cerca y mis ojos pueden verte,
me pregunto preocupado, hasta sentirme impotente,
con qué rayos y en qué forma, podré un día agradecerte.

Y es que con sólo rozarme, o en coincidir de miradas;
y es que con sólo pensar que podré verte mañana,
se convierte mi presente en la feliz esperanza
de que a veces también sueñas, y que lo que quiero, quieres.

No hay moneda aún, tan cara, con qué valuar esos ratos
en los que sueño despierto que tú duermes a mi lado.
Ni billete, ni artefacto, ni una joya en el mercado,
que pueda pagar el momento en el que estrecho tu mano.

Que en tus ojos pueda verme, y me regales un tiempo,
que me permitas soñarte aún sin consentimiento,
ya me significa gloria, ya me significa un cielo,
en el que tengo de un ángel sus más dulces aleteos.

No niego que la razón me fustiga en un descuido
y a la realidad me enfrenta, aunque sea por un segundo:
el sueño es el producto más caro que Dios se dio a bien lanzar,
al triste peregrinar de este mercado del mundo.

Y es entonces cuando lloro... y creo que ahí es donde pago,
esos días y esas noches en que tu cuerpo he raptado,
para realizar mis sueños, y todo eso que he deseado,
siempre, siempre anteponiendo que eres feliz a mi lado.

Sin embargo yo no cambió ese segundo de muerte
por todo lo que he soñado y que he deseado vehemente.
A tu corazón, tan noble, le pido que hoy y siempre,
aunque sea de vez en cuando, me siga abrazando fuerte.

15 de marzo del 2007

jueves, 22 de abril de 2010

Carta que nunca entregué III (Una graciosa analogía)


He estado tratando de encontrarle un nombre a esta “cosa” que vivimos y no he logrado hallarlo. Es algo demasiado fuera de la común. Pensando en analogías, evoqué al planeta Júpiter y al cometa recién estrellado en su corteza; lo malo es que no sé quién es quién.

En un primer momento pensé en ti como el planeta y en mí como el cometa… pero deseché la idea porque, mientras el cometa causó sismos, huracanes, erupciones, maremotos y desmadre y medio, ahora si que yo “ni olas hice”.

En un segundo momento me adjudiqué el planeta y te imaginé como al cometa. Me dije entonces: “pues así, más o menos…”, pero tampoco me resultó buena la idea porque, aunque es cierto que me causaste desmadre y medio, no estás haciendo lo mismo que el cometa: Él llegó, se estampó y ahí se quedó; en cambio tú, sigues luciendo tu cola multicolor por todo el espacio sideral.

Deseché esta analogía, sobre todo cuando me enteré que el cometa se estrelló en el “lado oscuro” de Júpiter y… ¡por Júpiter que mi planeta y mi cometa todavía no se conocen ese lado! Claro que esta observación no se desea eterna porque, al final… es uno de tus lados más bonitos y deseables.

Te aconsejo que lo veas, alguna vez, en el espejo; te aseguro que, así como lo estoy ahora, quedarás prendado de ti.

Octubre de 1994

miércoles, 14 de abril de 2010

Yo podría...










Yo podría amarte de la forma en que tú quieras:
en escándalo o sigilo, en presencia o en ausencia.
Con el roce de mis manos en caricias delicadas,
o en salvajes arrebatos de pasión desenfrenada.

Yo podría darme de la forma en que tú quieras:
levantando mi mirada o agachando la cabeza.
Con la pausa titilante de un incendio que aún inicia,
o en el ansia desbordante del agua que lo intimida.

Yo podría hacerme de la forma que prefieras:
desde el hijo que retorna o un ave que regresa,
hasta un río que en el largo caminar de su camino,
continúa con su curso, después de chocar con piedra.

Yo podría conquistarte de la forma que tú quieras:
desde dándote una rosa o hasta con indiferencia.
Desde hablándote muy poco o escribiéndote un poema…
caminando de tu mano o corriendo tras tus huellas.

Yo podría ser tu amigo si eso sólo tú quisieras:
hombros, manos… ¡mis oídos! ¡Todo yo tu centinela!
Me podría hacer vasija para guardar tus secretos,
tus dolores y tus risas, tus silencios y recuerdos.

Lo que nunca yo podría es privarme de tus ojos,
de tu pelo… tu sonrisa, de tu tocarme de pronto.
Lo que nunca yo podría es no volver a mirarte,
e inventarme cada noche… un pretexto para hablarte.

20 de octubre del 2006

miércoles, 31 de marzo de 2010

Carta que nunca entregué I



"Me he quedado ciego... Sabía que iba a ocurrir y así lo quise. Es el precio por conservar el recuerdo de haber mirado de frente, ese maravilloso sol...". EFE





Te has vuelto tan predecible en lo que se refiere a ti y a mí, que en ningún momento dudé que no me hablarías para confirmar la cita que acordamos

Dijera Pérez Botija, en la voz de José José: “Vergüenza me da quererte”.

Dijera yo: “Vergüenza me da ponerle tu nombre a cada uno de mis villanos, y arrepentimiento me causa evocar tu rostro cada que hablo de amor”.

Espero no enrojecer ante ti en nuestro próximo e inevitable encuentro… y que no te sientas ofendido ante lo que provocas en las noches que me confundes. ¡Era tan convincente tu gesto de placer y tan quemantes las llamaradas de tus ojos…! Ahora ya no sé si lo ocurrido fue real o sólo evoco una más de tus visitas en mis sueños.

Debería ya tener claro que los eslabones que nos unieron, se han roto… Cierto, más por mi culpa al permitirme soñar de más… ¡Pero no perdono la tuya! ¡Cediste, motivaste y propiciaste lo ocurrido, esa nuestra última noche en escena!

Mi culpa es sublime, sincera, enamorada… La tuya ingrata, conveniente, interesada… Tal vez algo razonable porque “a nadie que le dan pan, con relleno cremosito, se pone a llorar”. Ahora no me queda más que pagar el precio por disfrutar tu lozanía, cayendo al profundo baúl de los recuerdos, mientras te se volando hacia un árbol distinto cada víspera de nueva noche.

Es maravilloso saber que mi imaginación cuenta contigo cuando necesita pensar en el ser más amado… pero me resulta más extraordinario saber que, como “plasmador e inventador” de historias, cuento con tu imagen para vengarme de ti mismo.

El destino suele ser cruel cuando se trata de extrañar… Hoy te extraño. En aguda crueldad, ese hoy se repite día a día… La vida te resulta mejor sin mí, mientras que la mía sólo gira en torno tuyo. Lo siento… ni tú ni yo podemos hacer nada contra ello.

¡Te amo! Que sea tu castigo saberlo. El mío… llevo cinco años pagándolo.

31 de marzo de 2010

miércoles, 24 de marzo de 2010

Compañera Soledad


Poema publicado en mi Antología:
"Estrellas Fugaces"
(junio-2005)


Triste damisela que en silencio lloras,
sentada en el borde de mi cruel destino,
no sé ya si odiarte por ser mi castigo,
o amarte en extremo, por ser mi señora.

Aquella que un día, sin pedir permiso,
desposó mi vida con su cruel presencia,
y ahuyentó los sueños que, ya en decadencia,
piden solamente seguir siendo míos.

Son sueños de amor, sueños de esperanza;
sueños que en sí, guardan correrte del nido.
No sé si sea ingrato pero he preferido
mirarte llorando, que verte en mi estancia.

Quise consolarte esa noche fría,
cuando se marchó quien de mí te alejara,
pero su partida y mis fuertes ansias,
llenaron tu rostro de gran alegría.

Volviste conmigo; llenaste mis horas;
¡sonríes ahora mientras yo te miro!
¡Soledad maldita, que siempre retornas,
no sé ya si odiarte por ser mi castigo
o amarte en extremo… por ser mi señora!

9 de Abril de 1996

lunes, 15 de marzo de 2010

Don Filemón




Publicado en la antología:
“Cuentos del sótano”.
Editorial Endora, septiembre 2009.





De veras que está “usté” jodido, mi querido Filemón. No le ayudó el AA; ni la promesa a su madre; ni que se “juera” su vieja, ni el que le dejaran de hablar sus hijos… ni el que se “juera” quedando poco a poco sin amigos. Y con aprecio le digo que, como quiera, yo estoy con “usté”: en su estado etílico normal o en su esporádica lucidez.

Y le digo que estoy con “usté” como sea, porque me consta, de veras, que hasta Dios lo ha abandonado…

Todavía me recuerdo cuando lo acompañé a La Villa con sus ganas jurar; ya sin madre, sin sus hijos, sin su vieja y sin amigos.

Salió “usté” rete contento… ¡de veras lo vi contento! ¡Hasta me dieron ganas de jurar también! ¡Pero pa’ qué! Yo tampoco tengo madre; mi padre no sé si viva; no tengo vieja ni hijos… Y de amigos… ¡nunca faltan en cantinas!

Mi querido Filemón, tal vez no deba decirlo… pero es neta: ¡qué bueno que regresó! Aquí al menos no nos andamos con mentiras. Con tal de seguir chupando nos oímos lo que sea; si anda “usté” de chillón le presto mi hombro de mesa; se que “usté” mañana me prestará el suyo, aunque le enmugre la camiseta.

Ya me madreó una vez ¿se acuerda? Pero se la devolví al día siguiente. ¡Qué chistosos nos veíamos con el ojo bien “pancheado”! ¡Con su jeta dada en la madre por todo el lado derecho y la mía en todo el izquierdo… abrazados por la calle nos veíamos hasta simétricos!

Y aquí en la barra le digo, digo fuerte y lo repito: mi querido Filemón, estoy con “usté” como sea porque soy testigo que hasta Dios lo ha abandonado… ¡Yo lo vide!

Llevaba “usté” una semana ¿se acuerda? ¡Hasta me dio envidia su fuerza de “voluntá”! Yo seguía igual de pedo, con mi coca con tequila, pero “usté” ni me pidió. Lo acompañé hasta el panteón a dejarle aquella flor a su madre ya en descanso. A garibaldi por música “pa” llevarle a su vieja que no le concedió el perdón. A ver a su hijo el Paco que ni siquiera lo recibió. Y hasta a la misa el domingo… que le fue su perdición.

Yo le quiero Filemón… ¡Y a diferencia de Dios no lo voy a abandonar! Quién iba a decir que el vicio se le iba a regresar cuando, devoto y contrito, se acercó “usté” a comulgar… ¡y el cura jijo del Señor, le convidó un poquitito del vino de consagrar!

24 de julio del 2008

jueves, 4 de marzo de 2010

Duerme




A la profesora: Manuela de J. Rosado López (30 06 24 - 5 12 98) a quien, orgullosamente, puedo llamar: MI MADRE.





Duerme.
Que el cerrar de tus ojos
sea un consuelo para tu alma agitada;
que las sombras rellenen de paz
el mañana que ya no veré junto a ti.

Duerme.
Que el silencio convierta en melodía
los murmullos dolorosos, que desgarran
el recuerdo de otros días
y empañan el mañana
que ya no veré junto a ti.

Duerme.
Que sea un sueño quien mitigue tus dolores
y te sirva de fugaz acompañante
hacia el viaje sin retorno,
hacia el viaje de un mañana
que ya no veré junto a ti.

Duerme.
Apresura la llegada del descanso;
deja libre ya mi mano de tu mano
para que se vuelva ala
y vueles a ese mañana
que ya no veré junto a ti.

Duerme.
Que mis lágrimas no sean atadura.
Dile adiós a tu dolor y ya descansa.
Sé que Dios concederá a tu mañana,
que lo mires, como siempre, junto a mí.

2 de Octubre de 1998

martes, 23 de febrero de 2010

¡Tan cerca!


¡No lo podía creer! ¡Después de tantos años… tus manos por fin se pasearon por mi cuerpo, con el temblor de mil sentimientos sacudiendo cada parte de tu ser! Tu aliento al fin se me regaló completo, mientras miraba tus ojitos tan cerca, tan brillantes y relampagueantes… por primera vez para mí solo, como queriendo absorberme y grabarme en su interior.

Tu calor tan soñado por fin me arropó, encima de esa misma cama en donde tantas veces lloré por tu ausencia… y conoció, junto conmigo, las tres estaciones que le hacían falta a mis años de invierno. Encontramos en tu mirada al sol majestuoso, que solo imaginábamos por su luz indirecta hacia la luna de las noches eternas… y nos maravillamos ante el alba y el crepúsculo.

Tu beso fue ansioso, extraño… sin manera de compararlo porque era el primero, el único, el por primera vez no negado… Tal vez me hubiera arrobado de no ser por tus lágrimas y por aquel dolor en mi pecho que me arrancaba de ti en veloz carrera…

¿Pero qué importaba? ¡Por fin te tenía muy cerca como lo había añorado, pretendido suplicado…! Aunque te haya inventado una buena noticia para atraerte a mi casa; aunque me haya valido de un pretexto superfluo para, sin tomar tu mano, conducirte a la recámara… y aunque me haya clavado ese cuchillo en el pecho, que me hizo conocer tu capacidad de entregarte… en mis últimos momentos.

22 de febrero del 2010

martes, 9 de febrero de 2010

Si estás libre de pescados... ¿por qué te huele la canoa?


No cabe duda que darle poder a los estúpidos es como tirar un cordel de pesca en el desierto. Y es que con la ley del “respeto a los no fumadores”, ¡sólo fomentaron la falta de respeto hacia los que sí fumamos! Me suena como al comunismo, mal entendido, que predica la igualdad; acto seguido despojan del poder, la riqueza y los bienes a los ricos, para lograr que, ahora sí, todos sean pobres y miserables; por supuesto, menos los libertadores del país en cuestión.

Paseaba tranquilamente por el tianguis sabatino de la calle Luis de la Rosa, en la Jardín Balbuena, cuando ocurrió el estúpido acontecimiento. Después de un rico desayuno, que incluyó lo necesario para la engorda (dos sopes tamaño monumental, tres tacos de carnitas y dos de cecina, ayudados en su camino con una rica coca cola de a litro), pagué e inicié el sabroso deambular por entre los puestos, para que la digestión no se me convirtiera en colitis.

Por supuesto, no podía faltar el consabido cigarro. Antes de iniciar mi procesión, encendí uno y dejé que penetrara el sabor hasta lo más profundo de mis pulmones, para después exhalar el humo con el habitual gesto de placer que te provoca hacer lo que te gusta, cuando lo deseas y sin temor a las recriminaciones.

Unas velas aromáticas, que además se anunciaban como portadoras de bienestares y espantadoras de malas vibras, llamaron mi atención y me detuve en aquel puesto, justo al lado de una señora cuarentona, con el pelo pintado de rojo, muy bien vestida pero malencarada, que se buscaba en el bolso la cantidad necesaria para pagar sus inciensos del signo Aries. Ni siquiera se percató de cuando me acerqué; no hizo ningún gesto, su rostro ni su cuerpo, cuando inhalé una vez más el calor de mi tabaco, ni cuando expelí lo recién disfrutado; fue sólo hasta que vio el cigarro entre mis dedos cuando complicó aún más su rostro ácido. Me miró casi gruñendo y empezó a abanicarse la nariz con la mano que le quedaba libre, mientras extendía la otra para pagarle a la expendedora su reciente y olorosa adquisición.

Y ante la agresión, no le queda a uno más que responder. Me llevé de nuevo mi gusto hacia la boca y repetí mi ceremonia deliciosa sabiéndome, además, en todo mi derecho, por estar al aire libre. En el colmo de la ridiculez doña malencarada se tapó la nariz y apuró, con voz gangosa, a la señora de las velas para que le diera su cambio. Para mi placer pude repetir mi rito, hasta con gesto gustoso, antes de que doña cuarentona pudiera irse veloz y empujando gente, sin dejar de menar su cabeza con gesto indignado y de gran desaprobación.

Después de apagar mi cigarro me compré un par de velas: una para alejar a la gente indeseable y otra para atraer la justicia, y continué mi paseo por entre la romería normal, y siempre encantadora, de un mercado callejero.

Al llegar a la avenida Genaro García, que es donde termina o empieza el tianguis, dependiendo de dónde vengas, fue cuando encontré el motivo para narrar esta aventura, por demás aleccionadora.

Doña bien vestida discutía con el chofer de una grúa, que ya tenía enganchado su coche. Mientras me acercaba pude ver que primero le repelaba, enarbolando con furia sus inciensos del signo Aries, y segundos después le suplicaba casi al borde del llanto. Todo fue inútil. La grúa se llevó el automóvil, precediendo la desesperación de doña señora, que sólo atinó a sentarse en la banqueta.

Un vecino que pasaba me hizo el favor de platicarme lo que había ocurrido, cuando se lo pregunté después del saludo.

- ¡Mala suerte de la vieja! Resulta que cuando encendió su coche le salió un chingo de humo, justito cuando pasaba la grúa. ¡No lo verificó la cabrona!

Y hasta eso, cuando quiero, soy buena gente. Me acerqué y me senté al lado de la señora del pelo rojo. Ella me miró, a través de sus lágrimas… y yo le ofrecí un cigarro.

04 de febrero de 2010

viernes, 15 de enero de 2010

EL DESPEDIRME DE TI ES COMO UNA PEQUEÑA MUERTE DE LA QUE ESPERO, ANSIOSO, LA RESURRECCIÓN. ¡NOS VEMOS PRONTO, IZAMAL!