martes, 23 de noviembre de 2010

No debiste venir


No debiste venir aquella noche...
¡Ya todo estaba tranquilo!
Si no te había olvidado,
al menos la costumbre
de no tenerte a mi lado
me servía como alivio.

Ya podía amanecer sin extrañarte;
ya lloraba sin que en cada lágrima
estuvieras tú presente.
Ya dormía sin deseos de reprocharte
tu marcharte sin razones aparentes,
del amor que mi alma te ofreciera,
del amor que guardaba para darte.

No debiste venir aquella noche;
ni esa noche ni ninguna de mi vida.
Si querías inquietarme… ¡Lo lograste!
La costumbre de soñarte sin dolerme
se ha trocado en un dolor que me es constante.

Amanece y te extraño en demasía.
¡Todo el día me lo gasto en recordarte!
Cada lágrima que brota de mis ojos,
va cargada del recuerdo de tu rostro,
acercándose hacia mí para besarme.

No debiste venir aquella noche;
mucho menos demostrar que equivocarte,
te ha costado el mismo precio que me diera
cada instante de dolor tu cruda ausencia,
cada súplica de amor por recobrarte.

Que lloraste tanto o más que yo he llorado;
que sufriste tanto o más que yo he sufrido;
que el amor que yo guardaba para darte,
lo has deseado como tanto yo he querido,
entregarlo a ese ser que he soñado
¡y que no supiste ser cuando eras mío!

No debiste venir aquella noche;
¡mucho menos suplicarme que volviera!
Cada lágrima la he tasado como perla
y no hay un precio que me pague lo sufrido.

Ni siquiera te mereces estas líneas.
No hay moneda que valúe mis reproches.
Pero quiero que te quede muy presente
que el amor que yo guardaba para darte,
ya se lo he dado a los recuerdos que dejaste,
cuando estabas a mi lado cada noche.

No debiste venir… aquella noche;
no debiste venir pues motivaste
que mi alma recitara este poema,
estos versos que no estoy dispuesto a darte.

Pues como nunca gustaste de mi palabra en poema
y llamaste cursi a aquello que de mi alma brotaba,
lo diré sencillamente, con unas cuantas palabras:
Yo no regreso contigo, ¡porque no se me da la gana!

Enero de 1998

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