domingo, 13 de diciembre de 2009

María Sofía Navarrete y CHArly Tomás




Cuento publicado en la Antología: "Parafilias", de Café Literario Editores, Octubre 2009



Cuando lo conoció en el chat, María Sofía no lo podía creer. Y es que si su foto era la real, se le hacía, para su gusto, el hombre más guapo del mundo. Y no lo podía creer, simple y sencillamente, porque ella sí exhibía la suya… y estaba segura que si fuera algo para el mundo, sería etiquetada como la mujer más fea que se pudiera encontrar.

Su rostro sin cejas, pestañas de aguacero, arrugas prematuras, nariz aguileña y un bigote que no había logrado dominar la cera, llenaban el recuadro de al lado de su nombre. Se veía flaca, flaca, flaca; de hecho sus pómulos, cuando se asoleaba demasiado, parecían ser un par de ojos muy grandes debajo de los suyos muy pequeños. Su cabello, grisáceo muy pálido, no embonaba con algún shampoo que lo hiciera brillar; y si se lo pintaba huían de él hasta las moscas porque se asemejaba a una telaraña tejida por una arañuela drogada o en estado de ebriedad. Se había extirpado cientos de veces las 47 verrugas que tenía en su delgadísimo y largo cuello, pero siempre volvían a aparecer cuando aún no le sanaban las cicatrices de cada tratamiento. Y, para acabarla de amolar, unas manchas blancas bailoteaban en su tez morena, haciéndola parecer mapamundi.

Decidió poner esa foto porque pensó que era en la que se veía mejor… y que las manchas blancas podían ser tomadas como error del fotógrafo, de la luz o de la misma cámara.

Lo que no se apreciaba en la foto, pero que no tenía empacho de contar, era su extremo raquitismo, su absoluta falta de pechos y nalgas, y sus huesudas caderas; hasta bromeaba diciendo que se podía esculpir en ellas no sólo los rostros de Washington, Jefferson, Lincoln y Roosevelt, sino también los de Salinas, Zedillo, Fox y Calderón en amena charla; y es que resaltaban como colinas, encima de sus escuálidas piernas.

Por eso no podía creer que el hombre más guapo del mundo, para su gusto, si es que exhibía su foto real, estuviera no sólo platicando con ella sino hasta alabándole la belleza no existente e insistiendo en que se la quería “echar”.

Pronto se dieron su MSN con la idea de poder verse por WebCam… y así lo hicieron el primer día. ¡María Sofía menos lo podía creer! Ahí estaba en el recuadro la imagen verdadera de Charly Tomás y era, en efecto, muy guapo. No pudo evitar que se le pintaran de rojo sus manchas blancas cuando su imagen empezó a verse también. Prefirió bajar el rostro y obligar sus pequeños ojos a mirar a su galán, por encima del lugar en donde faltaban las cejas. Charly Tomás le refrendó que era bella; que hasta un gusano es bello si lo miras con pasión… y con esa frase se pintó lo que vendría en noches posteriores.

Primero la llamó “mi puta”; otra noche le pidió que se masturbara mientras él hacía lo mismo; en la siguiente la obligó, con palabras altisonantes, que fuera a su cocina por un plátano y que se lo metiera por la vagina; en otra, por el ano… una semana después María Sofía ya se orinaba en un vaso y luego se lo bebía, mientras veía, obligando sus pequeños ojos a mirar por encima del lugar en donde faltaban las cejas, cómo se masturbaba Charly Tomás antes de explotar apoteósicamente.

¿Y qué más podía hacer? Cuando un corazón está enfermo de soledad tiene las heridas tan abiertas, que puede meterse en él hasta el ser más ruin… y es que el cerebro, su único salvador, está ocupado en soñar. María Sofía estaba dispuesta a todo con tal de no perderlo, solo pidiendo a cambio una caricia. De hecho lo hacían de manera virtual; cuando Charly terminaba, extendía una mano hacia el lente de su cámara y después le escribía: “te ganaste tu caricia, mi putita preciosa”. El cerebro soñador de la flaquilla sólo registraba la caricia y el “preciosa” del cierre de sesión.

María Sofía moría por conocerlo. No le importaban las barbaridades que él le pedía a cambio de ese encuentro, siempre y cuando pudiera sentir su cuerpo cerca y recibir su caricia al final.

Lo planearon para una tarde; en el departamento de ella. Se compró un vestido nuevo aunque él le había dicho claramente que se lo arrancaría a tirones. Se puso su mejor perfume y aromatizó su casa, aunque él le había dicho que llegaría oliendo al sudor de dos días y ella tendría que limpiarlo con su lengua, incluyendo las axilas, el ano y la verga. Compró el coñac más caro, con sus respectivas copas, aunque él le dijo que orinaría en un vaso y se lo haría beber hasta el último trago, para después penetrarla salvajemente sin ningún tipo de paliativo. Y así fue, justo… La penetró muy duro, golpeándola… y ella sólo lo miraba extasiada, sintiendo por primera vez un cuerpo junto al suyo, un calor ajeno en su cama…

María Sofía sintió que tanta súplica a su dios por fin sería escuchada porque cada mañana, cada tarde, cada noche, cada madrugada, sólo le pedía la caricia de una mano que no fuera la suya… Y ya se acercaba la hora… Charly Tomás intensificaba su brusquedad y sus palabras hirientes… y eso sólo significaba que pronto acabaría. Ya no extendería la mano hacia el lente de su cámara para después escribirle “te ganaste tu caricia, mi putita preciosa”, si no que se recostaría a su lado, como su cerebro soñador había pensado, y la llenaría de mimos y halagos, al mismo tiempo que, con ambas manos, recorrería cada parte de sus huesos.

Charly Tomás explotó apoteósicamente. Como nunca. Y fue tal la intensidad que sus músculos se cegaron y no pudo dejar de apretar aquel delgado y largo cuello que tenía enfrente…

Se separó de ella, se incorporó de la cama y empezó a vestirse todavía temblando por aquella sensación nunca antes experimentada. De hecho jadeaba; tuvo que esperarse un rato antes de poder inclinarse para ponerse las calcetas y los tenis. Salió de la recámara pero se detuvo en el umbral. No podía irse. Era hombre de palabra. Volteó hacia el cuerpo inerte de María Sofía y pudo verla como en el último momento: sonriente y en espera. Regresó hacia ella y le arropó el esquelético cuerpo con las sábanas limpias que también había comprado; cerró con cariño sus ojos, que parecían aún mirarlo extasiada, y después le acarició la ancha frente, el pelo grisáceo… mientras le balbuceaba: “te ganaste tu caricia, mi putita preciosa”.

27 de agosto de 2009

domingo, 6 de diciembre de 2009

Novios otra vez



Publicado en la Antología:
“Cuentos del sótano”
de Editorial Endora.




Cuando él murió, Andrés no quiso ir al sepelio. Les dijo a todos que no soportaría pensar que aquel cuerpo que tantas veces había recorrido con la vista, con los labios… que aquel cuerpo que había acariciado hasta el hartazgo y que le había regalado el aroma más exquisito, el sabor más disfrutado, el calor más cobijante, el placer más divino y más humano… ahora estaba debajo de un montículo de tierra.

Prefirió permanecer sentado a la orilla del río, con los ojos perdidos en el cauce, mientras conocidos, familiares y amigos, elevaban la última oración, el último adiós, el último amén…

Dicen que hasta que se supo libre de miradas, dejó escapar una lágrima de aquellos ojos que ya no serían los mismos; luego liberó dos; luego tres… hasta que un borbotón de gotas muy agrias y calientes empezaron a hervir en el agua helada y dulce. Embelezadas en un orgasmo, gotas dulces y agrias, calientes y heladas, se abrazaron en un solo vaivén, se azotaron contra las piedras y continuaron su feroz descenso hasta el mar más cercano. Dicen que las lágrimas fueron tantas que el río casi rebasa sus bordes, que puentes y casas del camino levantaron sus faldas para no ser arrollados por aquella vorágine de locura, llena de árboles arrancados de raíz.

Dicen que encontraron el cuerpo de Andrés, días después, completamente seco; sentado en la orilla del río, ahora en calma. Dicen que el mar se tragó aquel dolor y se quejó con el cielo, mandando una misiva de vapor blanco envuelta en un sobre de color muy negro.

Al lado del montículo de tierra que no había querido ver Andrés, ahora estaba su propio montículo. Se descompondrían muy juntos aquellos cuerpos que tantas veces se habían recorrido con la vista, con los labios… aquellos cuerpos que se habían acariciado hasta el hartazgo y que se habían regalado el aroma más exquisito, el sabor más disfrutado, el calor más cobijante, el placer más divino y más humano…

Mientras conocidos, familiares y amigos elevaban la última oración, el último adiós y el último amén, el cielo respondió a la misiva del mar con una lluvia cristalina y sin truenos, gotas muy dulces que cayeron encima de aquellos montículos… Dicen que eran las lágrimas de Andrés ahora llorando por ambos… Habían llegado a un lugar en donde ya no había cuerpos que tocar, que oler, que saborear… Tendrían que aprender a amarse de nuevo… Tendrían que aprender a ser novios otra vez…

06 de mayo del 2008

domingo, 29 de noviembre de 2009

¡He decidido partir!




Publicado en mi compendio de poesía: Estrellas Fugaces, junio 2005



¡He decidido partir!
Te esperé por mucho tiempo sentado en la playa,
mirando el mecer de la barca
que nos llevaría a aquella isla en donde,
juntos y por siempre,
podríamos al fin vivir.

Pero no llegaste;
tu mano nunca se posó en mi hombro…
Me voy, pero no solo;
me llevo conmigo todas las noches de amor
que guardé para ti;
los besos callados, los sueños frustrados;
los deseos locos de despertar en los brazos
del ser que me hiciera sentir como un niño.
Las manos atadas, los ojos dormidos;
las noches más claras, los días tranquilos…

Me voy,
pero me llevo conmigo
ese tan inmenso amor,
que entregaré al corazón
que llegue… a despertar el mío.

11 de Agosto de 1993

¡Espero “algo”! Si esperara a alguien ya estaría aquí.
Sólo un “algo” puede permanecer en un lugar sin
inmutarse, ante los gritos desesperados de un corazón.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Desesperaciones




Publicado en mi compendio de poesía:
Estrellas Fugaces,
junio de 2005.





A veces me canso.
A veces quisiera abrir las puertas de mi vida
y salir corriendo,
sin que me importe lo que hay afuera.

Pero no he querido cerrar los ojos.
Sigo mirando alrededor los demás rostros cansados;
rostros pesados con manos ágiles
y en continuo vaivén;
unas se rozan, otras se agreden.
Todas se tocan por algún afán.

Miro las puertas…
¡Están tan cerca!
Miro las manos… no siento ninguna
cerca del rincón desde el que estoy mirando,
soñando, deseando…

Quisiera abrir las puertas
y salir corriendo… ¡Síntoma de miedo!
Sé que las puertas se abrirán solas
y tendré que salir y perderlo todo…
hasta la esperanza…

Tal vez sea mejor que extienda mis manos
y las una al continuo vaivén.

30 de Marzo de 1999

domingo, 15 de noviembre de 2009

La posesión


Tal vez nunca debió haberle dado la llave. Ya no podía abrir los ojos cada amanecer sin ser ella lo primero que viera.

Ya estaba el desayuno hecho y la lavadora funcionando…

Cada mañana aguantaba, pero ese día en particular no tenía ganas de verla.

- ¿Sabes? Hoy tengo que ir al súper.

- ¡Ningún problema! Yo también necesito comprar unas cosas, puedo acompañarte.

- Es que después tengo que ir al Internet… debo consultar mis correos, mandar algunos otros…

- ¡Ningún problema! Puedo estar ahí a tu lado, ¡en otra máquina, claro! Yo también tengo varios días sin revisar mi correo.

- Tal vez me tarde.

- Yo también. Me llegan muchos correos.

- Voy a ir a comer con un amigo… Platicaremos cosas de hombres…

- ¿Una hora? ¿Dos horas? ¡Ningún problema! Puedo esperarte afuera del restaurante… ¡o tomarme un café en otra mesa!

- ¡Hoy tengo función de la obra que ya viste cientos de veces!

- ¿Te dije que se fue la de relaciones públicas… y me contrataron?

Ante el ministerio público, una hora después del asesinato, él sólo dijo que había sido víctima de una posesión demoníaca.

20 de abril del 2008

domingo, 8 de noviembre de 2009

Después del impulso


Publicado en mi compendio de poesía:
Estrellas Fugaces,
junio de 2005.





A veces pienso que Dios quiere que pise el fondo,
para después hacerme resurgir muy por encima de las olas
y las mismas nubes;
pero creo que ha escogido un mar demasiado profundo
y es mucha la presión… me falta el aire.

He llegado al límite de la espera
y se me ha agotado la visa de la paciencia;
se han convertido en lágrimas mis ilusiones
y en terribles pesadillas cada uno de mis sueños.

He empezado a odiar al amor y a decirle mentiras
a mi verdad.
La soledad ha encontrado compañía a mi lado
y ha vomitado ante el sabor extraño de mi amargura.

Mi sonrisa eterna no ha encontrado eco
ante el ambiente hosco y seco,
y se ha convertido en una mueca informe…
provoca miedo.

La leyenda viva ahora sólo es un cuento fársico
y de muy mal gusto.

¿Cuánto falta para el fondo?
Tal vez mucho, tal vez poco…
No lo sé porque tengo cerrados los ojos.
Tal vez deba abrirlos y aterrarme por la distancia…
o mirar hacia arriba y comprobar que allí sigue la luz
a la que llegaré después del impulso.

11 de Mayo del 00

sábado, 31 de octubre de 2009

Problemas laborales


Publicado en mi compendio de poesía:
Estrellas Fugaces,
junio de 2005



Libreta abierta.
Pluma en mano derecha, bailando al compás de mis ansias.
Música cualquiera.
Cigarro consumiéndose en el cenicero, al lado de una cerveza.

Fresco entrando por la ventila.
Media luz que titila, cada vez que se escucha un rayo,
porque está lloviendo afuera.

Miedo.
Amor enrocado con un intento de olvido.
Cigarro nuevo; trago de cerveza;
un pequeño destello de destreza
y dos trazos mal escritos.

Nueva hoja al basurero.
En desesperación un jalón de cabellos.
Obligada pregunta al aire:
¿Es que por tanto extrañarte y por pensar sólo en ti,
ya no podré trabajar ni podré pensar en mí?

Es de noche.
De mi sombra robusta sólo queda una silueta.
Ya no puedo llamarme poeta porque no puedo escribir.

14 de Junio de 2000

viernes, 23 de octubre de 2009

¡Quiero una luna!


Publicado el 27 de enero del 2000,
en el suplemento cultural “El Juglar”,
del Diario del Sureste.

También forma parte de mi compendio
“Cosas del escritor melancómico”
publicado en abril del 2004.


Él quería tener más. ¿Qué hay de extraño? ¡Todos queremos tener más! Cada noche se subía a la azotea y le pedía a la luna, como quien le pide a un dios, que le concediera todo lo que quería y, según él, necesitaba.

¿Quién diría que bastaba un día para conseguirlo todo?

Consiguió dinero. ¡Mucho!

Una mujer real, sincera, entera… De esas que cuesta trabajo encontrar.

Un buen amigo. Uno de esos que calla cuando debe callar y habla cuando debe hacerlo.

Un buen médico. ¡El mejor tal vez! ¡Un fregón que, de pronto, terminó con ese mal que tanto le aquejaba!

Un trabajo. ¡Ese por el cual estudió! Ese que siempre quiso tener y que le regalaba tiempo para ser el “As” de su deporte favorito.

Encontró la verdad entre la vida y la muerte. Descubrió que lo pequeño siempre es más valioso que lo grande y que lo que realmente vale no tiene precio.

Sembró ese “dichoso” árbol; escribió ese “dichoso” libro y procreó ese pequeño niño, que forma parte de todo lo que un ser humano “debe” hacer para sentirse realizado.

Todo lo que quería. ¡Todo! Un solo día le bastó para lograrlo. Cuando la noche formó parte de su día, subió aquella escalera que a diario propiciaba su encuentro mejor…

...pero esa noche no había luna.

15 de Marzo de 1999

domingo, 18 de octubre de 2009

¡No se preocupen, amigos!


Este cuento forma parte de mi compendio
“Cosas del escritor melancómico”
publicado en abril del 2004.

Arturo me dijo esta mañana que mi andar con la cabeza agachada era el eco visible de mi derrota. Que hacía “mella” el pasado en mi presente al permitir que mi frente reflejara la banqueta y no el color cambiante del cielo. Que mirara hacia adelante, y que volteara hacia atrás sólo cuando necesitara que algún recuerdo me impulsara a continuar o a evitarme caer de nuevo. Que perder no era acabar, era aprender a caminar con paso cierto.

El mail de Memo, al mediodía, mostraba rastros de preocupación. Decía que en el fin de la semana, mi rostro mirando el piso se le hizo transparencia de un corazón sin esperanza. Mi caminar pausado y mis ideas en vagancia, como el huir de un recuerdo no grato y el estorbo para vivir mi día siguiente. Después me contaba un chiste, me invitaba a salir el viernes y firmaba; aunque insistía en su posdata con su preocupación: “No camines agachando la cabeza, haces poca tu grandeza y le exhibes a la gente tu dolor”.

“Aquel” tocó a mi puerta ya en la tarde y no sé por qué le permití la entrada. Tal vez porque mi ingenuo corazón pensaba que había vuelto el suyo a ocupar su lugar. Pero no, aún no estaba; ¡seguía lleno ese lugar de caca y bombeaba indiferencia a cada parte de su ser! La falta de refresco nos hizo ir a la tienda; mi mirar hacia el piso le habló de un triunfo a su soberbia y de un llenar de muerte mi volverlo a ver. Tal vez eso le faltaba para su vida vacía; mi cabeza agachada sin gesto de rebeldía lo hizo sentirse aún como rey. Se fue victorioso pensándome suyo, creyendo que siempre podría volver; camino hacia el metro, mi rostro hacia el suelo, le daba un valor que aún creía tener.

El tiempo sin sol, querido diario, era, como siempre, dedicado sólo a mí. Resaltaban mis insomnios, mis borracheras constantes, mis sueños y deseos propios de un corazón inquieto y un sinnúmero de amantes; las charlas largas con novios de los que no logré enamorarme.

Esta noche fue Gerardo. En tenor sincronizado me habló de mi vista baja. Al ir a comprar las “quecas” a ese puesto de aquí cerca, tocó el tema de miradas. Que mi cabeza hacia abajo, perdida casi en mis hombros, era para evitar que lo mirara a los ojos. Que sabía que el amor no charlaba de nosotros, que él era sólo el despecho de un amor no satisfecho y ya no quería jugar. Mi risa, en el día contenida, le hizo olvidar las “quecas” y se fue muy ofendido. Ahorita está ahí en mi cama porque volvió a regresar. Está dormido. Se cansó de retozar sobre mi cuerpo porque puso el empeño de quien se quiere acabar todo lo que lleva dentro.

No puedo más que reír y agradecerle al cielo que tengo alrededor de mí amigos realmente sinceros. Después de comunicarse entre ellos ya me ha hablado Raquel, Antonio… y hasta Miguel que vive tan lejos. Angélica, Laura, Teófilo, José, David, Catalina y otro novio.

Este es un mal tiempo. La falta de trabajo me tiene con el agua hasta el cuello. El eco de mi visible derrota que mirara Arturo; mi corazón perdido en desesperanza; el triunfo a la soberbia que a “Aquel” hiciera sentir seguro, y el huir de ojos que Gerardo pensara, no tienen nada que ver con mi cabeza baja. Es la reacción normal de quien sabe de pepena, de quien a diario busca ayuda del cielo… ¡No se preocupen amigos! Si ando con la cabeza “gacha” es porque busco dinero.

14 de enero del 2001

domingo, 11 de octubre de 2009

Los pies que jamás vi


Este cuento forma parte de mi compendio:
“Cosas del escritor melancómico”
publicado en abril del 2004.

También fue publicado en la Antología:
“El amor en cada esquina”,
de Café Literario Editores,
en octubre de 2008.


No estoy muy seguro, pero creo que se le da un nombre en psicología, a la manía de adorar los pies.

Debería investigarlo pero me da miedo pensar que no sólo sea una manía sino un problema grave.

La triste realidad es que yo lo padezco. No soporto unos pies feos de la misma forma que anhelo tener cerca de mí unos pies perfectos. No sólo para verlos, también para tocarlos, besarlos, comerlos… por supuesto que eso de comerlos fue metáfora y la usé para sustituir otra palabra que se hubiera leído vulgar, sobre todo por su alto contenido sexual.

¡Oh! ¡Oh! Creo que salió peor el remedio que la enfermedad. Tendré que ser claro, aún arriesgándome a que este escrito ya no sea familiar sino exclusivo para adultos.

Quiero tener unos pies cerca para… ¡Sí! ¡Comerlos es la palabra perfecta! ¡Por supuesto, sin deglutir! Quiero meter a mi boca cada uno de sus dedos; después dos de ellos juntos; después tres… recorrer la planta con mi lengua, sentir el estremecimiento de su dueño; rozar mi rostro contra ellos y sentir el aroma delicioso que sólo unos pies perfectos, bellos y sanos, te pueden proporcionar.

¿A qué toda esta prosa grotesca y escandalizante? A servir de introito para la triste historia de los pies que jamás vi.

Desde el día que lo conocí supe que sería alguien importante en mi vida. Lo comprobé tiempo después, cuando pude compartir su amistad total y casi perfecta, tanto así que me enamoré de él como el idiota más grande del mundo.

Como amigo mío que era, tuvimos muchas oportunidades para estar juntos y a solas. Ya sea en su casa o en la mía, tuvimos la oportunidad de desayunar, comer o cenar, y lo mejor: de dormir.

¡He aquí la gran tragedia! Cientos y cientos de amigos habían convivido conmigo y nunca me había privado de mirarles los pies. A todos los de la primaria, la secundaria, la preparatoria, los había visto a mis anchas cuando hacíamos excursiones a los balnearios.

Conocí los pies de mis más allegados, porque siempre he sido muy dado a quedarme a dormir en sus casas cuando se me hace tarde.

Los pies de mis amantes ni se diga. Lo primero que hacía era despojarlos de sus zapatos, tenis, huaraches, o lo que trajeran encima, y después de esas odiosas calcetas, o calcetines, que sólo abochornan y apretujan a mis adorados.

Curiosamente, después de siete años de “conocencia”, nunca le había visto los pies a quien llamaremos Miguel.

¡Siempre! ¡Siempre! ¡Toda la maldita vida un par de calcetas cubrían mi más grande anhelo! ¡Llegué a creer que se bañaba con ellas! Parecía que las adoraba tanto como yo deseaba que se le rompieran y dejaran libres a mis tan anhelados pies.

Un día por fin, estando en su casa, salió del baño comentando que las únicas que tenía limpias se le habían mojado y que las otras estaban tendidas en la azotea.

Estábamos en la sala su madre, su hermana y su hermano. La señora se levantó y se ofreció a ir por ellas, mientras Miguel se sentaba en el peor lugar para mi visión. ¡No sé cómo no me dio tortícolis! ¡Estuve todo el tiempo que se tardó la venerable mujer en subir a la azotea, tratando de estirarme para ver a los causantes de mis tantos insomnios! ¡Nada! ¡No los pude ver en esa primera de tres únicas oportunidades que tuve en la vida!

La segunda fue cuando estuvo en el hospital. Mi tristeza era grande. Iba a perder al amigo que nunca quiso ser mi amor, a pesar de que me miraba llorar con la súplica en la mano. Sin embargo me conformaba con tener siquiera la oportunidad de mirarle los pies. Le pedía que se durmiera y descansara para reponerse, aunque mi verdadera intención era tenerlo dormido para levantar la sábana y lograr por fin mi preciado anhelo.

¡Nunca ocurrió! O no se dormía o entraba alguien en el momento de mi decisión.

Por fin una vez me pidió que lo ayudara a ir al baño. Lo ayudé a incorporarse; vi cómo lentamente acercaba sus pies hasta el final de las sábanas y empecé a sudar y a temblar. Sudé y temblé gratis. Ahí estaban enfundando las malditas calcetas mis más adorados pies.

Miguel murió. No tengo que narrar cómo llora un ser que pierde lo que más ama en la vida, porque todos lo hemos pasado o lo pasaremos algún día.

Allí estaba acostado en el ataúd con su traje de gala. ¡Se veía tan hermoso dormido; tan incapaz de hacer daño! Los maquillistas se ganaron muy bien su propina porque parecía aún formar parte de los vivos.

Y ellos ahí estaban. ¡Tan cerca! Bastaba sólo hacer a un lado esa tela blanca que le cubría toda la parte baja del cuerpo… ¡Era mi última oportunidad! ¡Hasta me sentí sucio al pensar en semejantes cosas en un día tan triste y digno de respeto!

En el pecado está la penitencia. En el colmo de mis deseos despojé a mi amado difunto de su cobija y… ¡tenía calcetas! Tuve que ser detenido por la familia, y uno que otro busca pleito, porque arremetí contra mi amado muerto, tratando de arrancarle las tan odiadas telas que siempre lo protegieron de su frío.

Su mamá me comprendió. Supo que lo amé. Me regaló todas las fotografías en donde él aparecía y todavía me recreo viéndolas en las noches que me siento solo.

Me reconforta ver su sonrisa. Parece que todavía escucho la risa que le precedía. Sonrío cuando veo las caras que hacía cuando estaba de buen humor, y también cuando recuerdo los motivos de cada uno de sus gestos de enojo.

Me gusta verlo sin camisa; lucir su cuerpo que siempre se negó a estrecharme.

Noches enteras me la paso recordándolo mientras lo miro en esas fotos. El problema es cuando apago la luz y me peleo con las cobijas y con mi almohada, mientras doy miles de vueltas sin poder dormir. ¡Y es que en ninguna de esas fotos se le ven los malditos pies!

6 de enero del 2000

sábado, 10 de octubre de 2009

No me dejes morir


¿Tienes miedo de morir o de dejar de vivir? Esta pregunta se la escuché a Jesús de la Vega, amigo mío, una tarde de lluvia, mientras platicábamos de su facilidad para expresar su literatura profunda y extraña. Me caló mucho. Yo siempre he dicho que "tenerle miedo a la muerte es tanto como temer la vida con intensidad". Por eso la he vivido intensamente; hasta el grado de cansarme; hasta el grado de mirarme envejecer prematuramente y sentirme lleno de una sabiduría malévola... productiva, pero solitaria.

He amado mucho. A tres personas para ser exactos. Dos de ellas ya forman parte del mundo que ningún ser vivo conoce... La tercera me martiriza cruelmente porque sabe de mi amor, de mi devoción, de mis deseos y ansias... y no es capaz de darme, siquiera, una migaja de la mitad que anhelo... teniéndolo en sus manos porque, hasta eso, esa sabiduría de la que hablo me ha enseñado a no pedir más que esa migaja. Sólo le pido ese abrazo; esa caricia pequeña; ese dejarme en contemplación y, tal vez, de vez en cuando, un breve beso en una de mis mejillas, erosionadas por las lágrimas que me provoca el no tenerlo. Sólo le pido que me deje tocarlo en algún momento; besarlo en algún otro... justo en esa mejilla erosionada por sus pocas lágrimas de corazón duro... y tal vez con la visita a mi oído de algún: Te quiero... aunque sea de amigo.

Y he ido más lejos... sin abandonar esa sabiduría malsana. Me he hincado ante el Cristo de mi cabecera y le he pedido que le haga saber de mi amor; que eso que siento no supera el límite de su libertad de elección; que sólo deseo su cabeza en mi almohada mientras la mía descansa sobre su pecho; que sólo deseo su mano sobre mi mano... la que me quede libre, sobre su pelo... tal vez sobre su estómago dulcísimo, sus piernas, pies o brazos ajenos; mi boca jugando con su torso en inocencia total y con la única finalidad de respirar su aroma... y llegar así al orgasmo seco, sublime, humano y divino, de saberme suyo aunque no sea mío... pero que está conmigo para decirme que el corazón que amo es el de un ser con sentimientos y no el de una piedra fría golpeada por el mar de la indiferencia, cobarde y cruel.

¿Por qué: No me dejes morir? Porque mi testamento es todo suyo. Él es lo único que me queda. Y aunque no está lo obligo a vivir a mi lado cada día. Con cada sueño; con cada recuerdo; con cada café esporádico y cada tarde de cine que sólo suman dos. ¡Y es tan feliz en mis sueños que quisiera decirle que sólo me falta su anuencia para darle todo el amor que le guardo... aunque él sólo pueda ofrecerme lo antes enumerado! ¿Es mucho?

¿Por qué: No me dejes morir? Porque espero que quien me lee pueda perpetuarme en sus recuerdos. No tengo miedo de morir; he batallado con la muerte desde hace mucho... y ya se ha hecho mi amiga. Tengo miedo de dejar de vivir... Pero nadie deja de vivir cuando vive en el recuerdo de alguien.

Por eso el título. Por eso comparto. Y es que mi creatividad se desborda a veces tanto que temo morir aplastado por el anonimato.

Si estás aquí... me lees... No me dejes morir. Ese ser al que amo se ha acostumbrado a huir... Y cuando me vaya huirá, como lo hace ahora. ¡Qué tonto! Yo hubiera querido que alguien me amara tanto como lo amo a él. Que alguien valorara la mitad de lo que a él le he escrito.

Hoy me hincaré ante el Cristo de mi cabecera y le pediré que su decisión sea certera. Que nunca se arrepienta de rechazar esta bocanada de amor.

Mientras: Te amo... te necesito... Y quiero que lo sepas, aunque ya lo sabes... Y para demostrártelo, te ayudaré a huir de mis sentimientos cuando, estando enfrente de mí, no me los pueda guardar y los escupa como la tierra a su exceso de calor interno. Con nuestras respectivas miradas huyendo crearemos un volcán hermoso; y lo escalarán cientos... y mirarán desde su cima lo bella que es la vida... aunque no la sepamos apreciar.

Dios te bendiga a ti... y a quien me lee... Para quien me lee: No me dejes morir. Para ti... sólo el: te amo, que no te significa nada.