domingo, 11 de octubre de 2009

Los pies que jamás vi


Este cuento forma parte de mi compendio:
“Cosas del escritor melancómico”
publicado en abril del 2004.

También fue publicado en la Antología:
“El amor en cada esquina”,
de Café Literario Editores,
en octubre de 2008.


No estoy muy seguro, pero creo que se le da un nombre en psicología, a la manía de adorar los pies.

Debería investigarlo pero me da miedo pensar que no sólo sea una manía sino un problema grave.

La triste realidad es que yo lo padezco. No soporto unos pies feos de la misma forma que anhelo tener cerca de mí unos pies perfectos. No sólo para verlos, también para tocarlos, besarlos, comerlos… por supuesto que eso de comerlos fue metáfora y la usé para sustituir otra palabra que se hubiera leído vulgar, sobre todo por su alto contenido sexual.

¡Oh! ¡Oh! Creo que salió peor el remedio que la enfermedad. Tendré que ser claro, aún arriesgándome a que este escrito ya no sea familiar sino exclusivo para adultos.

Quiero tener unos pies cerca para… ¡Sí! ¡Comerlos es la palabra perfecta! ¡Por supuesto, sin deglutir! Quiero meter a mi boca cada uno de sus dedos; después dos de ellos juntos; después tres… recorrer la planta con mi lengua, sentir el estremecimiento de su dueño; rozar mi rostro contra ellos y sentir el aroma delicioso que sólo unos pies perfectos, bellos y sanos, te pueden proporcionar.

¿A qué toda esta prosa grotesca y escandalizante? A servir de introito para la triste historia de los pies que jamás vi.

Desde el día que lo conocí supe que sería alguien importante en mi vida. Lo comprobé tiempo después, cuando pude compartir su amistad total y casi perfecta, tanto así que me enamoré de él como el idiota más grande del mundo.

Como amigo mío que era, tuvimos muchas oportunidades para estar juntos y a solas. Ya sea en su casa o en la mía, tuvimos la oportunidad de desayunar, comer o cenar, y lo mejor: de dormir.

¡He aquí la gran tragedia! Cientos y cientos de amigos habían convivido conmigo y nunca me había privado de mirarles los pies. A todos los de la primaria, la secundaria, la preparatoria, los había visto a mis anchas cuando hacíamos excursiones a los balnearios.

Conocí los pies de mis más allegados, porque siempre he sido muy dado a quedarme a dormir en sus casas cuando se me hace tarde.

Los pies de mis amantes ni se diga. Lo primero que hacía era despojarlos de sus zapatos, tenis, huaraches, o lo que trajeran encima, y después de esas odiosas calcetas, o calcetines, que sólo abochornan y apretujan a mis adorados.

Curiosamente, después de siete años de “conocencia”, nunca le había visto los pies a quien llamaremos Miguel.

¡Siempre! ¡Siempre! ¡Toda la maldita vida un par de calcetas cubrían mi más grande anhelo! ¡Llegué a creer que se bañaba con ellas! Parecía que las adoraba tanto como yo deseaba que se le rompieran y dejaran libres a mis tan anhelados pies.

Un día por fin, estando en su casa, salió del baño comentando que las únicas que tenía limpias se le habían mojado y que las otras estaban tendidas en la azotea.

Estábamos en la sala su madre, su hermana y su hermano. La señora se levantó y se ofreció a ir por ellas, mientras Miguel se sentaba en el peor lugar para mi visión. ¡No sé cómo no me dio tortícolis! ¡Estuve todo el tiempo que se tardó la venerable mujer en subir a la azotea, tratando de estirarme para ver a los causantes de mis tantos insomnios! ¡Nada! ¡No los pude ver en esa primera de tres únicas oportunidades que tuve en la vida!

La segunda fue cuando estuvo en el hospital. Mi tristeza era grande. Iba a perder al amigo que nunca quiso ser mi amor, a pesar de que me miraba llorar con la súplica en la mano. Sin embargo me conformaba con tener siquiera la oportunidad de mirarle los pies. Le pedía que se durmiera y descansara para reponerse, aunque mi verdadera intención era tenerlo dormido para levantar la sábana y lograr por fin mi preciado anhelo.

¡Nunca ocurrió! O no se dormía o entraba alguien en el momento de mi decisión.

Por fin una vez me pidió que lo ayudara a ir al baño. Lo ayudé a incorporarse; vi cómo lentamente acercaba sus pies hasta el final de las sábanas y empecé a sudar y a temblar. Sudé y temblé gratis. Ahí estaban enfundando las malditas calcetas mis más adorados pies.

Miguel murió. No tengo que narrar cómo llora un ser que pierde lo que más ama en la vida, porque todos lo hemos pasado o lo pasaremos algún día.

Allí estaba acostado en el ataúd con su traje de gala. ¡Se veía tan hermoso dormido; tan incapaz de hacer daño! Los maquillistas se ganaron muy bien su propina porque parecía aún formar parte de los vivos.

Y ellos ahí estaban. ¡Tan cerca! Bastaba sólo hacer a un lado esa tela blanca que le cubría toda la parte baja del cuerpo… ¡Era mi última oportunidad! ¡Hasta me sentí sucio al pensar en semejantes cosas en un día tan triste y digno de respeto!

En el pecado está la penitencia. En el colmo de mis deseos despojé a mi amado difunto de su cobija y… ¡tenía calcetas! Tuve que ser detenido por la familia, y uno que otro busca pleito, porque arremetí contra mi amado muerto, tratando de arrancarle las tan odiadas telas que siempre lo protegieron de su frío.

Su mamá me comprendió. Supo que lo amé. Me regaló todas las fotografías en donde él aparecía y todavía me recreo viéndolas en las noches que me siento solo.

Me reconforta ver su sonrisa. Parece que todavía escucho la risa que le precedía. Sonrío cuando veo las caras que hacía cuando estaba de buen humor, y también cuando recuerdo los motivos de cada uno de sus gestos de enojo.

Me gusta verlo sin camisa; lucir su cuerpo que siempre se negó a estrecharme.

Noches enteras me la paso recordándolo mientras lo miro en esas fotos. El problema es cuando apago la luz y me peleo con las cobijas y con mi almohada, mientras doy miles de vueltas sin poder dormir. ¡Y es que en ninguna de esas fotos se le ven los malditos pies!

6 de enero del 2000

3 comentarios:

  1. Luis Fe... encantada de que por fin tengas tu blog. Gracias por agregarte y agregarme.
    El cuento, genial. Todos tenemos nuestros fetiches y el del cuento...buenísimo. Debías decir:"hasta que las calcetas nos separen". Lo difruté mucho.
    Un beso grande y muy buena semana.

    ResponderEliminar
  2. "Le prometí a Celia que le escribiría un cuento. Pero, desde que te conozco, no puedo escribir nada que no gire alrededor tuyo".

    Este es el inicio del cuento que más me ha gustado de todo lo que he leído últimamente... y leo mucho... y escribo mucho

    lo comenté en Patito y después de dejar mi opinión tuve que regresar a leer de nuevo porque me dolió más de lo común y tuve que investigar por qué. Ya lo dije ahí.

    Ahora por casualidad descubro que tienes un blog y por lo que dice mi Mariposa veo que es nuevo. Bienvenido pues.

    Un verdadero gusto conocerte.

    Y por cierto... yo también tengo especial (que no única) fijación por los pies.

    ResponderEliminar
  3. Mau, vi tu comentario en Patito y me da gusto saber que ahora andes por aquí... ¡Más que nada el que lo disfrutes. No hay nada más satisfactorio para un escritor que oir a un buen lector expresarse como lo haces tú. Te mando un gran abrazo y... seguiremos publicando.

    ResponderEliminar