domingo, 18 de octubre de 2009

¡No se preocupen, amigos!


Este cuento forma parte de mi compendio
“Cosas del escritor melancómico”
publicado en abril del 2004.

Arturo me dijo esta mañana que mi andar con la cabeza agachada era el eco visible de mi derrota. Que hacía “mella” el pasado en mi presente al permitir que mi frente reflejara la banqueta y no el color cambiante del cielo. Que mirara hacia adelante, y que volteara hacia atrás sólo cuando necesitara que algún recuerdo me impulsara a continuar o a evitarme caer de nuevo. Que perder no era acabar, era aprender a caminar con paso cierto.

El mail de Memo, al mediodía, mostraba rastros de preocupación. Decía que en el fin de la semana, mi rostro mirando el piso se le hizo transparencia de un corazón sin esperanza. Mi caminar pausado y mis ideas en vagancia, como el huir de un recuerdo no grato y el estorbo para vivir mi día siguiente. Después me contaba un chiste, me invitaba a salir el viernes y firmaba; aunque insistía en su posdata con su preocupación: “No camines agachando la cabeza, haces poca tu grandeza y le exhibes a la gente tu dolor”.

“Aquel” tocó a mi puerta ya en la tarde y no sé por qué le permití la entrada. Tal vez porque mi ingenuo corazón pensaba que había vuelto el suyo a ocupar su lugar. Pero no, aún no estaba; ¡seguía lleno ese lugar de caca y bombeaba indiferencia a cada parte de su ser! La falta de refresco nos hizo ir a la tienda; mi mirar hacia el piso le habló de un triunfo a su soberbia y de un llenar de muerte mi volverlo a ver. Tal vez eso le faltaba para su vida vacía; mi cabeza agachada sin gesto de rebeldía lo hizo sentirse aún como rey. Se fue victorioso pensándome suyo, creyendo que siempre podría volver; camino hacia el metro, mi rostro hacia el suelo, le daba un valor que aún creía tener.

El tiempo sin sol, querido diario, era, como siempre, dedicado sólo a mí. Resaltaban mis insomnios, mis borracheras constantes, mis sueños y deseos propios de un corazón inquieto y un sinnúmero de amantes; las charlas largas con novios de los que no logré enamorarme.

Esta noche fue Gerardo. En tenor sincronizado me habló de mi vista baja. Al ir a comprar las “quecas” a ese puesto de aquí cerca, tocó el tema de miradas. Que mi cabeza hacia abajo, perdida casi en mis hombros, era para evitar que lo mirara a los ojos. Que sabía que el amor no charlaba de nosotros, que él era sólo el despecho de un amor no satisfecho y ya no quería jugar. Mi risa, en el día contenida, le hizo olvidar las “quecas” y se fue muy ofendido. Ahorita está ahí en mi cama porque volvió a regresar. Está dormido. Se cansó de retozar sobre mi cuerpo porque puso el empeño de quien se quiere acabar todo lo que lleva dentro.

No puedo más que reír y agradecerle al cielo que tengo alrededor de mí amigos realmente sinceros. Después de comunicarse entre ellos ya me ha hablado Raquel, Antonio… y hasta Miguel que vive tan lejos. Angélica, Laura, Teófilo, José, David, Catalina y otro novio.

Este es un mal tiempo. La falta de trabajo me tiene con el agua hasta el cuello. El eco de mi visible derrota que mirara Arturo; mi corazón perdido en desesperanza; el triunfo a la soberbia que a “Aquel” hiciera sentir seguro, y el huir de ojos que Gerardo pensara, no tienen nada que ver con mi cabeza baja. Es la reacción normal de quien sabe de pepena, de quien a diario busca ayuda del cielo… ¡No se preocupen amigos! Si ando con la cabeza “gacha” es porque busco dinero.

14 de enero del 2001

2 comentarios:

  1. -- Luis! Que el amor necesita miradas, cierto; que caer es efectivamente aprender a caminar y que el amor con quecas son buenas (buenisimas), pero hermano, no levantes la mirada, a veces ese horizonte es mas infinito! Un abrazo

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  2. ¡Sobre todo si estás buscando dinero! Hola mi querido Jota Pe. Muchas gracias por visitar mi blog y motivarme a hacerlo. Te mando un gran abrazo y por acá andamos. A ver cuándo tengo el gusto de conocerte en persona. ¡Mil gracias por todo tu apoyo!

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