lunes, 18 de octubre de 2010

Veinte por cincuenta


Me gusta la zona sur d la Ciudad d México; por eso hablo siempre d la Calzada d Tlalpan. Y es q hubo un tiempo en q vivía por el Estadio Azteca y trabajaba en el metro Allende. Hablar d su tráfico es cansado para quienes viven en esa zona porque es la única avenida “rápida” q conecta el sur con el centro.

La flojera natural d levantarte una hora y media antes d lo normal, se ve compensada con la misma hora y media q ocupas para llegar a tu destino, si la suerte t hace ocupar un lugar en el microbús atascado. ¡No hay nada más placentero q dormir con el suave vaivén d un avance lento, y con el escándalo d los cláxones neuróticos, q evocan la mejor sinfonía del sordo Beethoven!

Ese día pude sentarme cómodamente en el microbús, q tiene su base justo en el Estadio. Mientras esperaba q se llenara y me acomodaba para mi plácido sueño, vi cómo un señor d aproximadamente 60 años, calvo, nervioso, enfundado en un traje azul desgastado y sin planchar, se buscaba unas monedas en cada una d las mil bolsas q tenía en toda su vestimenta. Cuando al fin consideró reunir la cantidad requerida, pagó y después se dirigió al asiento más cercano. La voz ronca del gordo personaje, q ese día fungía como nuestro chofer, lo detuvo:

- ¡Señor! ¡Una d las monedas q me dio es d 20, no d 50!
- ¡Ay, perdón! – exclamó el sin planchar y regresó sobre sus pasos para corregir su error, después d buscarse d nuevo en cada una d las mil bolsas d su atuendo.

El microbús arrancó por fin, pero sólo pude recuperar una hora d mi sueño porque, extrañamente, ese día el tráfico no estaba tan pesado.

Tenía media hora d sobra, así q opté por detenerme a curiosear en el puesto d revistas. Me sorprendió mucho mirar al señor calvo a mi lado, buscándose algún dinero, seguramente para pagar el periódico q llevaba detenido entre su cuerpo y brazo. Cuando al fin consideró reunir la cantidad requerida, se la entregó al joven voceador y se dispuso a retirarse; necesitó volver sobre sus pasos cuando el muchacho lo llamó con un chiflido:

- ¡Oiga, esta moneda es d 20, no d 50!
- ¡Ay, perdón! – exclamó el nervioso, mientras se buscaba d nuevo la pieza con la cantidad correcta.

Miré mi reloj. Aún me sobraban 20 minutos. Pude haber tomado el metro y llegar temprano a mi trabajo, pero opté por acercarme a un puesto d tacos de guisado y pedir un par d bistec y uno d moronga. En el otro extremo estaba el del traje azul, combinando el masticar d un taco d huevo cocido con la lectura nerviosa y acelerada d su periódico.

- ¿Cuánto juegas – especulé -, q a la hora d pagar, vuelve a entregar la moneda d 20 en vez d la d 50?

¡Lástima q la apuesta era conmigo porque hubiera ganado! El viejo volvió a regresar sobre sus pasos cuando el taquero le gritó, enojado:

- ¿Qué me quiere ver la cara d tarugo? ¡Esta moneda es d 20, no d 50!
- ¡Viejito mañoso! – dije para mí – ¡A fuerza se quiere transar a alguien! ¡Para despiste, ya fue mucho!

Saqué mi cartera y pagué con mis últimas monedas los 3 tacos consumidos. Me sobraban aún 5 minutos y no quise perderme el espectáculo cuando vi q el señor calvo d 60 años, nervioso y con el traje sin planchar, se acercaba a la taquilla del metro. ¡Estaba más q seguro q haría víctima d su falso descuido a la taquillera! Me aposté detrás d él y…

- Señor, discúlpeme, esta moneda es d 20, no d 50.
- ¡Ay señorita, qué pena! Permítame un momento.

…se buscó por enésima vez.

Reí. Saqué mi billetera y… ¡Ouch! Con horror miré q había olvidado ponerle dinero. El viejo se hizo a un lado y quedé enfrente d la taquillera q me miró, interrogante.

- ¿Y bien? ¿Cuántos? – preguntó.

¡Ahora ya tenía el tiempo encima y ni un quinto en la bolsa!

- Señorita… Usted me ve aquí todos los días. Sabe q soy una persona d trabajo. Pero hoy… ¿qué cree? No me traje dinero. ¿Me puede dar un boleto y mañana se lo pago?

La mujer levantó una ceja, como tratando d reconocerme, mientras el d atrás me apremiaba golpeando su zapato contra el piso.

- ¿Sabe cuánta gente me dice eso en el día? – preguntó la señorita, mientras me indicaba con la mano q me hiciera a un lado.

No pude más q obedecer y empezar a tronarme los dedos, mientras me recriminaba mi estupidez. El señor calvo se acercó a mí, riendo.

- ¡No sabe cuántas veces me ha pasado eso! ¡Tenga buen hombre! ¡Compre su boleto y váyase a trabajar!

Se fue todavía riendo mientras meneaba su cabeza d un lado a otro y agitando una mano, como sacudiéndose su propia estupidez.

No me quedó más remedio q agradecerle en silencio y después acompañarlo con su risa. Me senté en uno d los escalones del metro mientras comprobaba q el viejillo no era un vivales, sino un despiste completo. ¡Me había dado la tan insultada moneda d 20 en vez d una d 50!

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