viernes, 29 de octubre de 2010

Desenamoramiento


Primero t hiciste del rogar. Q los artistas éramos raros; q nos era difícil sentar cabeza; q nos gustaba sólo disfrutar… Ahí empezó a perderse el encanto; pero lo dejé pasar, dándole una oportunidad a la posible realización d todo lo q había soñado para cuando estuviéramos juntos. Seguimos saliendo, como “novios d pueblo”, osease: al cine, al café y ya, aún arriesgándome a quedar como “novia d Puebla”, osease: sentada y comiendo camote.

En varias d esas ocasiones t escuché gritarles a los q hacían plantones, marchas… o a los q traían placas del exterior del Distrito Federal, después d ponérsete enfrente, q se regresaran a su aldea. Tu tono grosero, despectivo y, en exceso, insultante, me hacía preguntarme si recordabas q tanto tú como yo, éramos también originarios d alguna d esas “aldeas” d nuestra hermosa República Mexicana. Lo dejé pasar, dándole una oportunidad a la esperanza d una posible felicidad próxima venidera.

Cuando me enfermé d gripe, tuve q recetarme tu perorata del poder d la mente sobre las enfermedades: “t enfermaste porque quisiste, porque lo dictaminaste, porque lo decretaste, porque lo atrajiste”. Sentí q alguien me tocó el hombro y me “desencantó”, cuando en vez d recibir el apapacho necesario y rico del ser q amas, ante el cuadro d fiebre y tos, soporté tu homilía en el trayecto a la casa. D a tiro casi fallezco d risa cuando t enfermaste días después, tal vez con mi mismo virus, y me pediste el apapacho necesario y rico, porque tus demás amantes salieron huyendo. Lo dejé pasar, dándole la oportunidad a… en ese momento ya no tenía claro en la cabeza a qué le estaba dando esa oportunidad.

Meses después ya no tuve q dejar pasar nada. T alejaste horrorizado d mí cuando me dictaminaron cero positivo. No puedo negar q sufrí mucho; a pesar del proceso desenamorante d conocerte, ya t había tomado mucho cariño; podría decir q aún quería darle la oportunidad al “algo posible”. Pero acabé negándole la oportunidad a esa oportunidad, cuando caí en la cuenta d lo ruin q resultaba el saberte arriesgándote con otros cuerpos q no t amaban y sacudiéndote el mío como si fuera peste. ¡Qué barbajanada! Ya no lo dejé pasar porque al hombre d mis sueños, no lo imaginé tan vil.

Me fajé los pantalones y me propuse olvidarte. Lo logré. Asumí la enfermedad y los respectivos cuidados q me requería. Solo. No me dejaste ganas d más.

Pero la factura d la vida pronto llegó a tu domicilio. Uno d esos cuerpos q no t amaban, t hizo partícipe d mi destino. ¡Cómo me acordé d tu sermón “mentalístico” mientras t escuchaba por teléfono! Me sirvió d fondo musical tu no muy lejano: “t enfermaste porque quisiste, porque lo dictaminaste, porque lo decretaste, porque lo atrajiste”.

Tu llanto hizo mella en mi “corazón d pollo aldeano” y t ofrecí lo único q podía darte después d tu desprecio: un apapacho, un apoyo, una ayuda… aunque tu ruego era por recuperar el amor, el querer y el cariño q, antes, t había procurado sin reserva.

¡Qué bueno q nada t negué! Lo tendría en mi conciencia hasta este día. Aunque aún no sabía cómo le iba a hacer para perdonarte, para recuperar lo q con tanto trabajo deseché porque tú así lo quisiste, acepté recibirte… pero nunca llegaste. La televisión me informó, al igual q al país entero, q un joven artista había muerto víctima d un balazo, q le había asestado un manifestante humillado.

30 d abril del 2010

lunes, 18 de octubre de 2010

Veinte por cincuenta


Me gusta la zona sur d la Ciudad d México; por eso hablo siempre d la Calzada d Tlalpan. Y es q hubo un tiempo en q vivía por el Estadio Azteca y trabajaba en el metro Allende. Hablar d su tráfico es cansado para quienes viven en esa zona porque es la única avenida “rápida” q conecta el sur con el centro.

La flojera natural d levantarte una hora y media antes d lo normal, se ve compensada con la misma hora y media q ocupas para llegar a tu destino, si la suerte t hace ocupar un lugar en el microbús atascado. ¡No hay nada más placentero q dormir con el suave vaivén d un avance lento, y con el escándalo d los cláxones neuróticos, q evocan la mejor sinfonía del sordo Beethoven!

Ese día pude sentarme cómodamente en el microbús, q tiene su base justo en el Estadio. Mientras esperaba q se llenara y me acomodaba para mi plácido sueño, vi cómo un señor d aproximadamente 60 años, calvo, nervioso, enfundado en un traje azul desgastado y sin planchar, se buscaba unas monedas en cada una d las mil bolsas q tenía en toda su vestimenta. Cuando al fin consideró reunir la cantidad requerida, pagó y después se dirigió al asiento más cercano. La voz ronca del gordo personaje, q ese día fungía como nuestro chofer, lo detuvo:

- ¡Señor! ¡Una d las monedas q me dio es d 20, no d 50!
- ¡Ay, perdón! – exclamó el sin planchar y regresó sobre sus pasos para corregir su error, después d buscarse d nuevo en cada una d las mil bolsas d su atuendo.

El microbús arrancó por fin, pero sólo pude recuperar una hora d mi sueño porque, extrañamente, ese día el tráfico no estaba tan pesado.

Tenía media hora d sobra, así q opté por detenerme a curiosear en el puesto d revistas. Me sorprendió mucho mirar al señor calvo a mi lado, buscándose algún dinero, seguramente para pagar el periódico q llevaba detenido entre su cuerpo y brazo. Cuando al fin consideró reunir la cantidad requerida, se la entregó al joven voceador y se dispuso a retirarse; necesitó volver sobre sus pasos cuando el muchacho lo llamó con un chiflido:

- ¡Oiga, esta moneda es d 20, no d 50!
- ¡Ay, perdón! – exclamó el nervioso, mientras se buscaba d nuevo la pieza con la cantidad correcta.

Miré mi reloj. Aún me sobraban 20 minutos. Pude haber tomado el metro y llegar temprano a mi trabajo, pero opté por acercarme a un puesto d tacos de guisado y pedir un par d bistec y uno d moronga. En el otro extremo estaba el del traje azul, combinando el masticar d un taco d huevo cocido con la lectura nerviosa y acelerada d su periódico.

- ¿Cuánto juegas – especulé -, q a la hora d pagar, vuelve a entregar la moneda d 20 en vez d la d 50?

¡Lástima q la apuesta era conmigo porque hubiera ganado! El viejo volvió a regresar sobre sus pasos cuando el taquero le gritó, enojado:

- ¿Qué me quiere ver la cara d tarugo? ¡Esta moneda es d 20, no d 50!
- ¡Viejito mañoso! – dije para mí – ¡A fuerza se quiere transar a alguien! ¡Para despiste, ya fue mucho!

Saqué mi cartera y pagué con mis últimas monedas los 3 tacos consumidos. Me sobraban aún 5 minutos y no quise perderme el espectáculo cuando vi q el señor calvo d 60 años, nervioso y con el traje sin planchar, se acercaba a la taquilla del metro. ¡Estaba más q seguro q haría víctima d su falso descuido a la taquillera! Me aposté detrás d él y…

- Señor, discúlpeme, esta moneda es d 20, no d 50.
- ¡Ay señorita, qué pena! Permítame un momento.

…se buscó por enésima vez.

Reí. Saqué mi billetera y… ¡Ouch! Con horror miré q había olvidado ponerle dinero. El viejo se hizo a un lado y quedé enfrente d la taquillera q me miró, interrogante.

- ¿Y bien? ¿Cuántos? – preguntó.

¡Ahora ya tenía el tiempo encima y ni un quinto en la bolsa!

- Señorita… Usted me ve aquí todos los días. Sabe q soy una persona d trabajo. Pero hoy… ¿qué cree? No me traje dinero. ¿Me puede dar un boleto y mañana se lo pago?

La mujer levantó una ceja, como tratando d reconocerme, mientras el d atrás me apremiaba golpeando su zapato contra el piso.

- ¿Sabe cuánta gente me dice eso en el día? – preguntó la señorita, mientras me indicaba con la mano q me hiciera a un lado.

No pude más q obedecer y empezar a tronarme los dedos, mientras me recriminaba mi estupidez. El señor calvo se acercó a mí, riendo.

- ¡No sabe cuántas veces me ha pasado eso! ¡Tenga buen hombre! ¡Compre su boleto y váyase a trabajar!

Se fue todavía riendo mientras meneaba su cabeza d un lado a otro y agitando una mano, como sacudiéndose su propia estupidez.

No me quedó más remedio q agradecerle en silencio y después acompañarlo con su risa. Me senté en uno d los escalones del metro mientras comprobaba q el viejillo no era un vivales, sino un despiste completo. ¡Me había dado la tan insultada moneda d 20 en vez d una d 50!

domingo, 10 de octubre de 2010

Un hombre enamorado













Pierdes tu tiempo vilmente:
¡No podrás matar jamás el amor,
que habita en el corazón,
de un hombre enamorado!

Ni con tu ingrata ausencia,
ni con amores prestados…
¡No matarás el amor,
que habita en el corazón,
de este hombre enamorado!

Aunque, si quieres hacerlo,
córtalo todo de un tajo.
¡Mátame a mí, por favor!
¡Arranca el corazón
de este hombre enamorado!

Sólo así descansarás
de este amor tan obstinado.
Más, si luego vida hay,
aún te seguirá amando
¡el tan terco corazón
de este hombre enamorado!

18 de Octubre de 1991

viernes, 1 de octubre de 2010

Miedo

"En la tormenta recién pasada, la amistad quedó muy dañada y el amor completamente destruido... sólo nos queda el trabajo en el que, ya sin sonrisas y abrazos, triunfaremos sin compartirlo".

Ya no quise salir ni a la tienda desde las seis de la tarde. Algo me decía q no vendrías, pero acallaba esa voz esquizofrénica y me entretenía con una cerveza, mientras acomodaba botellas, refrescos, botanas y vasos, para la celebración d mi cumpleaños número 39.

A las siete llegaron Rosa y Miriam. Tequila para una y whisky para la otra. A las siete treinta tocaron la puerta y brincó mi corazón… Era Napo; whisky para su vaso. Las ocho enmarcó el nuevo brinco… Era Jorge, no tú. Ron su petición. Napo tomó la hielera y fue a la cocina a llenarla d nueva frialdad.

En la siguiente vuelta todos repitieron d la misma bebida. Las rondas se hicieron desiguales porque Napo se tomaba dos por cada vaso d nosotros. La música brincaba d artista en artista; las risas no mermaban ante cada cambio d plática. Eran las nueve. Todavía podías llegar.

“De un momento a otro”, me susurraba el alma esperanzada.

“No vendrá”, entre carcajadas, se mofaba la voz esquizofrénica.

A las nueve treinta tocaron la puerta y saltó mi corazón… Era la otra Miriam con Abraham y su pequeño Vale, no tú. Tequila para ella; Abraham un ron d otra marca y Vale jugo de manzana. Nueva procesión respetuosa d hielera; nueva ronda… Se acabó la cerveza y cambié a cogñac.

A las 10 sonó el teléfono y extrañé el brinco porque empezaba a sentir desolación. Tal vez anunciarías tu llegada tardía. Tal vez anunciarías tu falta d asistencia… Era Pepe, el hijo de Rosa, no tú. Lloraba. Alguien estaba en su departamento mientras él permanecía encerrado en su recámara. Pedía a gritos una ayuda q Napo, Abraham y Jorge se aprestaron a proporcionarle yendo a buscarlo, mientras yo lo tranquilizaba por teléfono.

Al parecer el fantasma d la abuela paterna rondaba al inocente niño, como una forma d desgraciarles el fin de semana a sus divorciados papás. No lo logró; el “don” nunca contestó el celular y Pepe se unió a mi festividad. Finalmente se divirtió con nuestros chistes, bailes, chismes y desvaríos, después d los abrazos de consuelo y d nuestros consejos: “la próxima vez miéntale la madre, insúltala hasta q te canses; la mejor manera d sacudirte a los fantasmas es demostrarles q no les tienes miedo”.

A las once empecé a temer q la voz esquizofrénica tuviera razón. La música danzaba d artista en artista: “Me cansé d rogarle…”; “… te di mi amor sin maquillaje, amor q más q amor fue devoción”; “¿qué cielo cruzas sin extrañarme nube perdida?”; “…cancionero… muchas veces te pedí una canción para brindar por su alegría”.

Las risas seguían sin mermar ante cada cambio d plática: “¡la próxima vez miéntale su madre, Pepe, aunque se enoje tu papá!”; “desde q murió el señor Azcárraga ya no hay quien compre al equipo contrario y por tanto seguirá perdiendo el América”; “¿Qué tienes Luis? Si estabas contento…”.

Otras procesiones d hielera; otras rondas; renovación d botanas.

A las doce apenas brincó el órgano q, dicen, es el dueño del amor. Fue porque confundí el ruido d una puerta vecina. No pude evitar asomarme por la mirilla. “¿Qué tienes Luis? Si estabas contento…”

Ya cansado d brincar sólo atinó a llorar; el corazón no pudo evitar q temblaran las manos, los pies… el alma… y convirtió su llanto en las lágrimas amargas q dejaron salir mis ojos… Las rondas y procesiones se suspendieron por un rato… La “Trevi” se dio vuelo con su: “Señor, si me llevas contigo… voy a prenderte estrellas en el infinito”, las seis veces q mi dedo regreso el disco mientras mis labios permanecían cerrados y mi rostro ajeno.

El: “¿Qué tienes Luis? Si estabas contento”, se enrocó con un sinfín d manos y brazos alrededor d mi cuerpo; todos con los labios ya callados… sin más preguntas… respetando el duelo del q hasta hoy t anhela en vano.

El “esperado” consolidó su ausencia con la d muchos días, tardes, noches y madrugadas d silencios. Esa noche resultó sólo el cimiento d un: “nunca”, q saldría d sus labios en nuestro siguiente encuentro.

Me cuentan q Pepe aprendió. La abuela maligna volvió y después d dos mentadas d madre se fue muy indignada.

El fantasma d tu ausencia cruel me dio miedo esa noche. No me he desahogado con nadie porque, para proteger tu imagen, d ese fantasma sólo sabemos tú y yo. Lo he amado. Le he llorado. Le he prendido veladoras d sexo y d compañías casuales. Lo he odiado. Le he mentado la madre. ¡Le he insultado hasta cansarme… pero no se ha querido ir! El fantasma d tu ausencia cruel me dio miedo esa noche y me da miedo cada día, cada tarde, cada madrugada. Y sigue aquí… conmigo…

Sigo besando los bordes del vaso en el q bebiste, la única vez q t tuve. Sigo venerando aquel camerino en el q m besaste y te entregaste a mí… y en el q creí ver un futuro maravilloso q nunca quisiste regalarme.

A veces sonrío; recuerdo tu rostro muy cerca del mío… es una forma de tenerte.

6 de junio de 2008