viernes, 18 de febrero de 2011

El amaranto


Estoy triste y pobre… Tal vez sea porque tiré d la bicicleta al señor q vende alegrías, a gritos, ¡los domingos a las siete d la mañana!






Era una d esas noches normales d viernes. Tráfico sobre la calzada d Tlalpan y un tranquilo caminar del metro q me llevaba d San Cosme a General Anaya. Eran como las 9 ó 9 y media. Para no variar, había salido tarde d trabajar y me dirigía cansado a casa. Me fui parado d San Cosme hasta Hidalgo y ahí ocupé el asiento q me gusta: el q mira hacia el frente y pegado a la ventanilla derecha, desde el cual veo el paso imaginario y veloz d las lámparas d halógeno q sirven para iluminar las vías, también transitadas por algún trabajador nocturno y por las inmensas ratas q viven entre ellas. Y al salir a la superficie, en la estación Pino Suárez, entonces me regodeo mirando la siempre atascada Calzada d Tlalpan y a sus ocupantes neuróticos.

Nada parecía ser diferente esa noche: la peste normal a sopa “Maruchan” y a sobacos sin desodorante; rostros cansados… uno q otro alegre por dirigirse, quizá, a alguna fiesta o reunión, y otros llenos d pasión debido a q acompañaban al amor a su casa, luego d una tarde d café, cine o paseo.

Empecé a desesperarme cuando sentí q el metro se tardaba más d lo normal. Sospeché q llovía más adelante; y es q esa línea en particular, siempre tiene problemas d tráfico cuando sus rieles son salpicados hasta por una leve llovizna.

Me gustaba llegar a mi casa y sentarme a escribir un cuento, una poesía… continuar una novela inconclusa, o mejor rasgar mi guitarra y robarle una nueva canción al viento. Pero, como ese encuentro se veía lejano, opté por poner atención a lo q ocurría a mi alrededor; después d todo, observar resulta ser el origen idóneo d una obra creativa.

Fijé mi vista en el muchacho q venía durmiendo enfrente d mí. ¡No sé cómo puedo llamarle dormir a aquel cabecear y cabecear d cada 5 segundos! Suelo ser exagerado; no creo q exista escritor q no lo sea; mas les juro por mi madre, ya difunta, q conté esos 5 segundos entre cabeceo y cabeceo. ¿Puede alguien dormir cuando hace trabajar tanto músculo, tejido y arteria? El cerebro está perdido, seguramente, pero con tanto zangoloteo dudo mucho q se pueda hablar del descanso q provoca una buena siesta.

Este muchacho, en específico, hacía trabajar su cuerpo d más porque después d cada cabeceo no dudaba en levantar su mano, también “dormida”, y acomodarse el mechón d cabello q sucumbía ante la gravedad y al impulso d cada bajar d cabeza. Su indumentaria completamente blanca y un libro muy grueso amenazando caer al piso en cualquier momento, me hizo imaginarlo como estudiante d medicina o, Dios no lo quisiera, como un joven ya ejerciendo. Y comento esto último porque me llena d pánico pensar q pudiera intervenirme quirúrgicamente algún día, ¡alguien con esa facilidad para perder la conciencia!

El joven q me acompañaba del lado izquierdo había dejado caer su cabeza una sola vez y su cabello escaso parecía no haber sido peinado desde hacía mucho tiempo.

Puedo hablar también d la plática acaramelada d unos novios q venían en los asientos justo detrás mío; del señor apuesto, con vestuario deportivo, q venía recargado justo en la puerta q lucía la leyenda: “Favor d no recargarse”; del adolescente q no dejaba d mirarlo desde su lugar paralelo al mío y q se relamía los labios cada q su mirada se encontraba con la d “el deportista”; d una venerable anciana q fruncía la vista para verificar los logotipos d cada estación a la q llegábamos, o d la joven q, por alguna razón, se cambiaba d lugar cada q alguien desocupaba un asiento… pero me limitaré a lo q, definitivamente, hizo especial la noche.

Es tan común q ya nos parece normal, pero viéndolo bien se trata d todo un fenómeno. En una estación se sube un vendedor d discos piratas, con un equipo portátil más sofisticado q el q tengo en mi casa. En la otra un cantante, q gorgorea falsetes lastimeros en los finales d cada estrofa, con una canción q empieza siendo “María bonita” y termina en “Paloma negra”, si bien nos va. En la siguiente nos ameniza el d las pilas q t duran una puesta en el “reproductor de Cd’s”, y en la otra el q ofrece el libro d recetas medicinales q sólo empeoran tu enfermedad, a menos q seas creyente y t sane justo el poder d tu fe.

Eso sí, son gente muy respetuosa: cuando coinciden 2 en un vagón suelen esperar a q el otro acabe ¡y hasta se extienden la mano ofreciéndose el primer lugar! Cuando el joven “sordomudo” acaba con el rito d ponerte una estampita en la pierna, en el brazo, en la petaca q llevas bien sujeta al pecho para q nadie t la robe… ya q casi t mata d un infarto cuando vienes distraído y sientes aquella mano posándose en alguna parte d tu cuerpo, entonces empieza el segundo con su oferta, mientras el primero t arrebata lo q t dejó encima sin tu consentimiento.

Esto hablando d los vendedores y ofrecedores d ofertas (la estampita d San Judas q t ofrece el “sordomudo”, definitivamente cuesta más cara en el templo d dicho Santo). Cuando hablo d los q piden “caridad” es cuando me aterro. En mi natal Yucatán mi abuelita tenía la costumbre d darle siempre una moneda a los q veía en necesidad. Lo hacía d buen corazón; pero si hubiera vivido en el DF nunca hubiera ganado lo suficiente para darle a la caravana d pedigüeños del metro.

Entre estos están los campesinos q piden apoyo para su causa; las inocentes víctimas d un accidente o d un defecto físico; los miembros d una tercera edad solitaria; los ex presidiarios q no encuentran trabajo; los deudos d un pariente cercano (después d 3 meses t los vuelves a encontrar con la misma cantaleta ¡y con el mismo muerto q, seguro, ya debe oler bastante feito!), y los jóvenes d la calle q, con sus vidrios limados, esperan venderte la idea d q prefieren lastimarse así mismos antes q utilizar sus dotes d asaltantes.

También está la mujer q lleva meses consiguiendo dinero para pagar su pasaje d regreso a un pueblo X; el niño q t ensucia el zapato más d lo q t lo limpia, y q después t mira con la carita propia d alguien q recibe un par d madrazos sino lleva el suficiente dinero a la casa para q se siga emborrachando su padre; el q no t pide dinero sino un boleto d metro “aunque sea”, para poder transportarse (y q días después t lo revende porque quiere un taco), y el grupo d hermanitos desnutridos q forman parte d toda una familia completa d ingenuos q vinieron a la gran ciudad en busca d oportunidades.

Me senté en la estación Hidalgo, dije hace un rato. Contemplé los halógenos d ahí a Bellas Artes. Me di cuenta d q llovía cuando llegamos a Allende. Y como d Allende a Zócalo el metro se detuvo “33 veces” (insisto en q ahora no estoy exagerando), tuve tiempo d contar los 5 segundos q se tardaba en cabecear el estudiante o licenciado en medicina; d ver al q sí descansaba y ahora babeaba con descaro, a mi lado izquierdo; d escuchar las palabras melosas d los q venían a mi espalda; d observar a la viejita frunciendo la vista comparando los símbolos d las estaciones, y del ligue sin bochorno q traían el deportista y el adolescente.

Pino Suárez, San Antonio Abad, Chabacano, Viaducto, Xola, Villa d Cortés… fueron las estaciones marco d tantos vendedores, músicos y limosneros q subieron y bajaron y q ya narré. Son más personajes q estaciones, ¡pero se tardó tanto el metro en cada estación q alcanzó y sobró…! Y es q fue en Nativitas donde subió el singular personaje q deambuló por el vagón infinidad d veces, casi mirándonos a los ojos a cada uno:

- ¡Señoras, señores; más jóvenes por lo visto! En primer lugar tendré q decirles q “no soy d aquí ni soy d allá”. ¡Espero risas!

Nadie rió. El muchacho d blanco se subió el mechón y cabeceó una vez más. La viejita se remontó al hombro el tirante d su bolso y expuso su dentadura postiza, q me hizo imaginar una posible sonrisa, cuando descubrió q la siguiente era la estación donde bajaba.

- ¡Bien! ¡Las risas vendrán después! Cuando sepan ¡y lo sabrán!, d qué se trata lo q esta noche vengo a ofrecerles.

Tenía en su hombro lo q en mi tierra se llama “sabucán”. Es una bolsa d mandado, hecha con hilo d nylon, d ese q se usa para las cañas d pescar. Extrajo d ahí lo q ofrecía: barras d “alegrías”; amaranto; esos deliciosos granos unidos con miel, gratinados con nueces, pasas… baratos y nutritivos.

- ¡Señoras! ¡Señores! ¡Más jóvenes por lo visto! ¡El amaranto, o “huatli”, como se le llamaba aquí en América, tiene más d 7 mil años! ¡No falta quien afirma q fueron los mayas los primeros en cultivarlo… después los Aztecas y los Incas!

Empezó a preocuparme el d mi lado izquierdo; las estaciones antes nombradas me habían creado una confianza q, d pronto, empecé a perder. No había cabeceo pero sí un vaivén q, seguro, a él le recordaba una cuna d niñez. Su cabeza la hubiera podido soportar sobre mi hombro sin problemas. Yo también he dormitado en el metro y hasta he dado 2 ó 3 vueltas d terminal a terminal. Era esa saliva bamboleante la q empezaba a preocuparme.

- ¡Esta semilla, el amaranto, preparado d la manera q ustedes conocen como alegría, tiene un alto contenido en proteínas, vitaminas y minerales, q nos ayudan a crecer sanos y fuertes! ¡Es ideal para la anemia y la desnutrición porque es un alimento rico en hierro! ¡Además, el plus: ayuda en la cura d la osteoporosis porque contiene calcio y magnesio!

Llegamos a Portales, la siguiente estación. El conductor tuvo a bien frenar intempestivamente. Cabe aquí preguntar cuál será la razón por la q los conductores d metro tienen esa maldita manía, cuando aún hay al menos 200 metros d distancia entre uno y otro. Llueva o no llueva, el frenón les resulta vital aún cuando tengan esas distancias. La viejita casi escupe sus dientes postizos pues ya estaba d pie y preparada para bajar; se acomodó d nuevo la bolsa en el hombro y esperó a q las puertas se abrieran. Los dientes acabó d ponérselos en su lugar con la lengua, mientras esperaba q el tren se acomodara los 10 centímetros q le faltaban para llegar al lugar en donde pudo abrir sus puertas sin necesidad d aquel brusco frenazo. El d la baba se despertó y se limpió justo antes d q me adornara con aquel “menjurje”; el vendedor retrocedió “45” pasos y estuvo a punto d caer; eso sí, sin abandonar su ensayada voz. El d blanco perdió su ritmo d 5 segundos y lo duplicó a 10 durante un escaso minuto.

- ¡Las hojas del amaranto tienen más hierro q las espinacas! ¡Contienen mucha fibra, vitamina A, C y magnesio! ¡Prácticamente suple a la leche porque contiene proteínas y calcio… y es mucho más barato!

Camino a Ermita la muchacha a mis espaldas empezó a llorar. Volteé con disimulo y me sorprendió q pudiera sollozar con todo y q la boca d quien supuse su novio, obstruyera la suya con un beso d lengua y garganta; ella inhalaba grotescamente sus mocos sin respeto al rostro d él, quien no se le separó en ningún momento. ¡Amantes sin duda! Me lo confirmó el anillo q ella llevaba en su anular y q pude ver cuando se levantó y se preparó para bajar. El deportista al fin se animó y se acercó al triunfante adolescente; d haber tenido la lengua d gato, el joven hubiera erosionado por completo sus labios después d tanto tiempo d estárselos relamiendo con lujuria.

- Lo más interesante es su buen equilibrio a nivel de aminoácidos y el hecho d q contenga lisina, un aminoácido esencial en la alimentación humana. Destaca la presencia del escualeno, un tipo d grasa saludable, q hasta ahora sólo se obtenía d tiburones y ballenas.

En Ermita se bajó la muchacha. Su amante, ahora yo ya no tenía dudas, bajó el rostro, como quien sufre en extremo, e ignoró su carrera rumbo a las escaleras. No bien hubo desaparecido cuando se enderezó y, coqueto, clavó su mirada en otra pasajera. El deportista inició un roce discreto d rodilla con el adolescente jarioso. Mi babeante compañero había vuelto a sumirse en un profundo sueño, y el “doc” había disminuido a 4 segundos su cabecear.

- El amaranto fue uno d los alimentos seleccionados por la NASA para alimentar a los astronautas, ya q ellos necesitan alimentos q nutran mucho, q pesen poco y q se digieran fácilmente.

Nadie le compró. El mercader lucía cansado. Los 4 “respetuosos” colegas q habían subido en las estaciones anteriores, esperaban turno para ofrecer sus productos.

Fue gracioso llegar a “General Anaya”, la penúltima estación, y coincidir en la puerta con el vendedor d Amaranto q gritó, ya sin su voz ensayada, a todos los q aún quedaban:

- ¡Ultimadamente, coman lo q les dé su rechingada gana!

2 comentarios:

  1. Wow
    que increible. Me dio risa el final, muy bueno en verdad ^^
    pasate cuando quieras

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  2. No entendí lo de "pásate cuando quieras", jajaja. Pero celebro que te haya gustado. Gracias por la visita. Te dejo un besote.

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