lunes, 20 de junio de 2011

Mientras tomamos café


¡Qué cosas tan extrañas tiene el destino en sus alforjas! Cosas extrañas q Dios hizo bolita un día y las metió, muy apretujadas, en el fondo del costal d la vida… para el momento indicado. Cosas extrañas y maravillosas q cuando tienes la fortuna d mirarlas, sentirlas y vivirlas, hacen q se te olviden todas las mentadas d madre q le tenías reservadas para el día o tarde o noche final.

Una madrugada salí del útero materno y era gay. No recuerdo ese asunto d “la elección” q tanto mientan los sicólogos… Simple y sencillamente ubico el momento d escuela en q los niños hablaban d verles los calzoncitos a las niñas, mientras yo quería ver a los niños sin calzoncitos.

Tampoco recuerdo el momento en el q mi moralidad se hizo tal q la fidelidad se convirtió en exigencia y el amor en ideal d eterno. Sólo sé q empecé a ser infeliz cuando me di cuenta q ese par d sueños eran sólo eso: sueños… Sueños q se hicieron pesadilla con cada nueva relación; ideales q se convirtieron en heridas con el paso d los años y amargaron mi esperanza q, finalmente, era lo único q me mantenía en pie. – Mañana llegará – me decía. Y mientras el mañana se me convertía en días, semanas, meses y años… yo me enamoraba d cuanto fulano decía compartir mis ideales, q en días, semanas o meses, le agregaba una herida más a mi alma.

Lo q sí recuerdo muy bien es el inculque dichoso d q el ser gay es malo; “antinaturo”; abominable; pecaminoso… ¡Bendita la hora en q la sociedad empezó a revertir ese proceso! Pero mientras tanto… ¿Y si tenían razón? ¿Y si Dios castigaba con soledad a quien era como yo? ¿Y si el amor no navegaba por el ancho río d lo “malo”, lo “antinaturo”, lo “abominable”, lo “pecaminoso”?

Yo quería ser feliz. Un amor real m haría ser feliz. Todo ese asunto d darse entero, d luchar por el otro, d caminar d la mano por la calle y por la vida, d mirar pelo negro y luego pelo cano, d mirar piel lisa y después con surcos… m haría feliz. ¡Y si el precio era un sexo distinto al mío, estaba dispuesto a pagarlo!

Decidí cortejar a una mujer. Tal vez a alguna d la oficina, a alguna d la iglesia, a alguna d mis compañeras d teatro… hacerla mi novia, después mi esposa… pero tenía mucho pánico d regarla desde el inicio. Fuera d mi madre y mi hermana, jamás había tenido a una mujer más cerca q lo q consiente la mesa d un restaurante. Y entonces se m ocurrió la idea d ir a esa calle siempre tan llena d “coches detiene tráficos”. ¡Pero no sería cualquier mujer! Tenía q ser bella ¡muy bella! Mi primera vez no la iba a desperdiciar con cualquier “baratija” extraña… ¡Y menos con el terrible temor q cargaba d “no funcionar” ante la falta d “3 cosas inferiores” y la sobra d “dos superiores”!

¡Oh, my gay! Caminar por ahí… Verlas venir y ofrecer… Ver una q otra “mole d carne con corona”, en exhibición impudora y desafiando gravedad y frío… D vez en momento hasta sentir una mano indiscreta tocando al “en profundo dormido…” ¡D a tiro preferí el infierno prometido a los homosexuales y decirle adiós al amor tan anhelado!

Pero entonces la vi en mi carrera d susto. Lejos. Casi puedo decir q escondida. Casi puedo decir q miedosa. Las locas se quedaron acosando al siguiente transeúnte y m permitieron aminorar el paso, d tal forma q pude contemplarla casi en todo su esplendor porque el farol q debía iluminarla estaba fundido. Si mis ojos no m mentían su pelo era muy negro, hasta los hombros; quiebres muy leves lo hacían parecer cascada sinuosa; leves tintes claros, d buen gusto, hacían como la luz d sol q podía faltarle. Una mirada tímida hacía mí m hizo verle unos ojos muy grandes, curiosos; nariz perfilada; boca mediana, con labios indescriptibles para mi sapiencia literaria pero q hicieron temblar los míos por una razón q desconozco, sobre todo cuando intentaron sonreír antes d ser apretujados por sus dientes muy blancos y perfectamente enfilados en su sitio. Pude ver su barbilla quebrada y un par d agujerillos en sus mejillas morenas, antes d q una d sus delgadas manos, con uñas ligeramente largas, las tapara con bochorno; un cuerpo también delgado, juré q macizo, sin ejercicio, sostenido por unas piernas a la vista duras y unos pies medianos, calzados con tacones bajos. Sus pechos, pequeños, apenas levantaban ese vestido negro entallado, q remataba a la altura media d sus muslos, libres d medias raras.

Ni cuenta m había dado q estaba detenido. Y tal vez tenía cara d estúpido porque ella sonrió al fin sin empacho y bajando las dos manos hacia su bolso. ¿Tenía q ir hacia ella o ella hacia mí? No lo supe porque m empecé a acercar y ella hizo lo mismo. ¿Tenía q decir algo o ella a mí? Tampoco lo supe porque nos tendimos la mano y dije: “Luis” al mismo tiempo q ella dijo: “Gabriela”. Sonreímos primero y ambos nos tapamos la boca con una mano, mientras la otra se acomodaba en la axila contraria. Y hacer tanta cosa al mismo tiempo (y, por lo visto, con los mismos nervios), nos hizo soltar una carcajada liberadora q a ella la hizo apoyarse en mí por primera vez.

Un rato después estábamos en su departamento. Yo había escuchado q “aquello” se hacía en un hotel, en el coche, debajo d algún otro d los muchos faroles fundidos q hay en la ciudad d México… ¡pero en su departamento! Como todo m era nuevo no m rehusé a la invitación, posterior a la carcajada; m encaminé con ella del brazo y conocí su voz suave mientras m platicaba q era del estado d Veracruz pero q llevaba viviendo en el DF cerca d 15 años. Orizaba era su lugar natal. Había subido al Pico muchas veces porque le gustaba la naturaleza húmeda… y la niebla… y el olor a tierra mojada… Como todo m era nuevo no m permití preguntar, en el transcurso d esas 6 cuadras, si esa era la plática normal y antecesora d un encuentro sexual. Ya adentro del departamento m invitó a sentar en su sala mientras ella se dirigía a la cocina diciéndome q pondría café. Como todo m era nuevo le dije q estaba bien; aunque mis labios apetecían más un tequila o una cerveza q, entiendo, eran más apropiados para el objetivo.

- Orizaba se caracteriza por la cerveza ¿no? – comenté insinuante.

- También hay mucho café – contestó, aún sin salir d la cocina -. ¡M gusta mucho! Podría decir q soy fanática… ¿t cuento? – No esperó mi respuesta -. En Coatepec, Córdova, Los Tuxtlas, Papantla… se cultiva mucho café. ¡Mucho! El café veracruzano es d la especie “arábiga” y hay cualquier cantidad d variedades. Podría decir q las he probado todas, pero no quiero oírme mal. Al menos no el primer día.

Salió por fin, con dos tazas q evacuaban un humo muy oloroso.

- Este es d la variedad “arábiga típica”. Cada q vengas t daré una distinta hasta q las pruebes todas -. M dio mi taza y después se sentó enfrente d mí con la suya, dejando q la mesa d centro nos separara.

Como todo m era nuevo tuve la duda, pero no quise preguntar si ese asunto del: “cada vez q vengas”, era con todos los clientes o sólo conmigo. Además no hubiera encontrado la oportunidad porque se puso a hablar y a hablar y a hablar d las maravillas d su tierra, sólo deteniéndose cuando sorbía d su taza. ¡Qué caray! Tampoco tenía ganas d interrumpirla porque, por primera vez en la vida, estaba extasiado mirando a una mujer. La chiquilla tímida q viera en la calle se m había transformado en una ágil y orgullosa platicadora, sin q perdiera el halo d inocencia e ingenuidad q vertía d cada uno d sus poros. Lo bonita q se m hizo en la penumbra se confirmó ahora con las luces dirigidas, q iluminaban su pequeño pero muy limpio y arreglado departamento.

Tal vez pasó una hora, o dos. D lo q sí me acuerdo es q fueron 3 tazas d café para cada uno. Por fin cerró sus labios y bajó la vista, tal vez adivinando q ya era el momento d hablar d “negocios”.

- Sé q no m vas a creer – dijo y después hizo una pausa. Creo q la consideró larga porque levantó la vista intentando hablar un par d veces, pero no articuló palabra. Finalmente, sin levantar la mirada, pudo hablar muy quedamente – Soy virgen.

Como todo m era nuevo imaginé q era una estrategia para cobrar más. Como todo m era nuevo imaginé q me costaría mucho trabajo comprobarlo porque no había tenido “cabida en esos rubros”. Lo q sí no me era nuevo era escucharlo porque a muchos gays les da por decir eso cuando tienen enfrente a alguien q realmente les interesa.

- Espero q no t moleste – continuó -, pero la verdad es q no quiero tener sexo. Salí y m paré en la calle porque estaba dispuesta… pero ahorita ya no. Preferiría seguirte viendo y platicar… y conocernos… y dejar q todo ocurra poco a poco… -. Levantó por fin la vista y le leí en la mirada q quería leer la mía. Cuando sonrió m di cuenta q había leído lo q yo necesitaba q leyera: ese “sí” q, d pronto, m inspiró su ternura.

¡Y hubo más noches d café! Una d la variedad Bourbon; otra d Caturra; otra d Garnica; otra d Mundo Novo… Y con cada nueva noche y con cada nueva especie empecé a enamorarme d ella. Nuestras tardes d cine, d teatro, d paseo por algún parque perdido, se convirtieron en una delicia porque sus ocurrencias y su mano, siempre prendida a mi mano, m hacían sentir realizado el sueño. M gustaba hablarle por las noches y comprobar q ahí estaba. M gustaba q m dijera lo q haría porque efectivamente eso hacía; parecía q su boca no conocía la mentira. Supe q su trabajo del diario era vender café… en restaurantes, cafeterías, tiendas… pero siempre tenía tiempo para mí, a cualquier hora… como para comprobarme q no había nada oculto… Pero sí lo había.

Una noche m dijo q empezaba a amarme… poco ratito después d q se lo dijera yo. Pero al terminar su confesión empezó a llorar y pude ver sus lágrimas cristalinas por primera vez.

- ¿Qué te pasa? – pregunté, mientras le levantaba su barbilla quebrada para poder ver sus ojos y tratar d mirar en ellos esa transparencia q siempre la acompañaba.

- Tengo q decirte algo. No he sido completamente honesta contigo. No sé por qué permití q llegáramos a este punto, pero… créeme q lo único q quería era ser feliz. He sido egoísta… Espero no lastimarte demasiado cuando hablemos, pero te lo tengo q decir.

- ¿Qué cosa?

- Por favor… esta noche no. Dame la oportunidad d decírtelo mañana porque hoy… Porque hoy quiero dar un paso más.

M le quedé mirando sin entender… Sólo atiné a limpiar el último par de lágrimas con mis dedos pulgares antes d q ella empezara a acariciar mi cabello suavemente ¡con tanta dulzura! Nos miramos mucho… como si quisiéramos grabarnos cada pedacito d la piel d nuestros rostros… Y, como la primera vez, en perfecta sincronía, nuestros cuerpos decidieron hacer lo mismo y al mismo tiempo; los labios indescriptibles para mi sapiencia literaria por fin se hicieron un escrito y m hicieron conocer por qué habían hecho temblar los míos en aquella primera noche: ¡eran los labios q siempre había buscado! ¡Los incapaces d mentir! ¡Los capaces d hacerme feliz cada día, cada tarde, cada noche… d cada semana, d cada mes, d cada año d mi vida!

No hubo más; sólo ese beso. Un beso muy largo q sólo fue acompañado por nuestro mecer d manos en cada uno d nuestros cabellos. Un beso con sabor a café q a cada minuto parecía cambiar d variedad pero q siempre se mantuvo caliente; un caliente ajeno al sexo porque sólo pude aspirar el aroma d un amor real q no necesitaba d más q d ese sólo beso; un beso q concluyó en el sofá, en el cual caímos sin separarnos, y q se convirtió en un jugar d manos, d dedos y d uñas, en completo silencio. Ella tenía un secreto… me incomodaba saberlo… pero no podía reprochar nada porque yo también tenía el mío: nunca le había dicho q era gay y q ella era mi primera relación con el sexo opuesto. Era verdad q m estaba enamorando d ella, pero eso no evitaba q en el metro, en el gimnasio, en el trabajo, en la calle… un buen cuerpo masculino m hiciera voltear y exclamar el: ¡oh, my gay! q siempre me provocaba la lujuria “mala”, “antinatura”, “abominable” y “pecaminosa”. La “tortilla” del destino se m había volteado y ahora el mentiroso, el infiel, el asesino del amor eterno era yo.

Las caricias d nuestras manos para nuestras manos se prolongó mucho tiempo; ni uno d los dos se atrevía a levantar la vista… Ella fue quien tomó la iniciativa y rompió el silencio, con esos labios q parecían temer hablar con tal d no dejar escapar el sabor del aliento d su amado.

- Mañana en la noche, después d nuestro café, t diré el único secreto q he tenido para ti, ¿está bien?

- Está bien.

M puse d pie y salí d ahí sabiendo q si ella abría el baúl d su alma por completo yo tendría q hacer lo mismo. Sería una noche terrible aquella; si su secreto no terminaba nuestra relación, seguramente el mío sí lo haría.

Por primera vez no le hablé al llegar a casa. Por primera vez no dormí tranquilo como desde la noche en q la conociera. Por primera vez no le hablé en el día siguiente ni salimos al cine o al teatro o a algún parque perdido… Sólo m esperé hasta las 8 d la noche y m presenté en su departamento. Cuando m abrió la puerta sólo di el paso necesario para entrar y m prendí d sus labios. Mi espalda sirvió para cerrar la puerta. Tal vez como todo m era nuevo mis manos no sabían más q acariciar sus cabellos… Entendí q no mintió al decirme q era virgen porque, como si todo le fuera nuevo, ella tampoco hacía otra cosa q acariciar los míos. Después d un rato la separé d mí, en contra d mi voluntad; no podíamos seguir perdiéndonos en nuestros aromas sin hablar antes, sin decirlo todo y q no hubiera nada q manchara eso q ya m sabía a eterno.

- Yo también tengo un secreto. Y no sé qué m vayas a decir pero no quiero q esto se acabe. Yo estoy dispuesto a aceptar cualquier cosa con tal d no perderte, menos una mentira; y no quiero q haya mentiras entre tú yo.

Ella bajó el rostro. Se lo levanté delicadamente porque quería mirar sus ojos; leer en ellos q ella también estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa con tal d no perderme… y eso fue lo q leí.

- Te propongo algo – ofrecí - Prepara el café. Si adivino a qué variedad pertenece tú me dirás tu secreto primero. Si no lo adivino, yo t diré el mío ¿va?

Ella sonrió; pero su sonrisa m dio miedo. Parecía considerar su secreto tan terrible q estaba segura q todo acabaría esa noche. Mientras la veía caminar hacia la cocina yo también perdí mi sonrisa; el miedo ahora era porque estaba seguro q mi secreto haría q, efectivamente, todo se acabara esa noche.

M dio mi taza y después se sentó enfrente d mí con la suya, dejando q la mesa d centro nos separara. Bebí. Ella sólo m miraba. Sonreí; estaba seguro d saber la variedad: era la misma d la primera noche.

- “Arábiga típica” – externé.

Ni siquiera probó su café. Asentó su taza sobre la mesa y después se cubrió el rostro con las manos. Sólo esperó un momento y después levantó la vista y m miró fijamente. Sus labios temblaron. Sus ojos anunciaron lluvia.

- Perdóname Luis. Soy Gabriel, no Gabriela. Soy gay, pero siempre he andado con mujeres… Tenía ganas d sentir lo q era andar con un hombre pero nunca me había atrevido. Pensé q disfrazándome d mujer sería más fácil… ¡y mira nada más el lío en el q m metí!

¡Qué cosas tan extrañas tiene el destino en sus alforjas! Cosas extrañas q Dios hizo bolita un día y las metió, muy apretujadas, en el fondo del costal d la vida… para el momento indicado. Todo ese asunto d darse entero, d luchar por el otro, d caminar d la mano por la calle y por la vida, d mirar pelo negro y luego pelo cano, d mirar piel lisa y después con surcos… ¡ahora m hacen ser el hombre más feliz del universo!

14 de junio del 2008

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