Fue de pronto el coincidir de tus ojos con los míos
y eran tan bellos como todo tú.
Escupías arrogancia, destilabas brusquedad;
sin embargo te encontré una migaja de ternura
en el nudillo anular de tu mano suelta.
De todo, lo insoportable era el calor.
No sé qué viste en mí;
ni siquiera sé si viste algo.
Pero recuerdo muy claro el roce de tus labios
sobre mi cabello,
en el primer frenar del atestado vagón,
y el estremecimiento de mi cuerpo.
Sudaba. Y no sé si era por esa emoción
que de nuevo me permitía
o por el insoportable calor.
Te descubrí mirándome en el reflejo de la puerta
y le sonreí al reflejo.
Nada me extrañó que no fuera correspondido,
pero sí ese rápido beso sobre mis labios
en un segundo frenar.
Quise hablar después, pero tu gesto arrogante,
tu brusquedad,
le convidaron miedo a mi corazón ambulante,
miedoso, inseguro y tantas veces lastimado;
a mi corazón que también sentía sudoroso
por el indómito calor.
Deseaba un frenón nuevo para que tu cuerpo bello
me regalara otra caricia
otro pedazo de sueño…
pero el perro me quitó la cobija de encima
y la falta de calor me despertó.
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