Corrían los años 900 d nuestra era, ahí en la región del Tortuguero, en el estado d Tabasco. Se acercaba la noche fresca d ese día caluroso. Layná cenaba con su esposa e hijo, sin poder esconder una alegría q se le salía hasta por los poros d su gran cabeza, muy escasa d pelo.
Y es q esa noche terminaría… ¡Por fin! ¡Apuntaría, sobre una confusión d tela y papel hecha con henequén, los últimos datos d ese maldito calendario q iniciara su bisabuelo, continuara su abuelo, y cuya manufactura le heredara su padre! Sus 49 años, casi completitos, los había dedicado a salir cada noche y medir con una vara, en cuya punta descansaba un círculo d madera, la trayectoria del planeta Venus.
Layná fue muy infeliz.
Trabajaba incansablemente todas las noches ayudando a su padre, mientras sus amigos se divertían en la “discoteca” (en ese tiempo no se llamaba así, claro, pero también había bailongo al ritmo d los tambores, X’tabentún para aflojar “carnita”, importado d la tierra de los Itzáes, y varios empleados del lugar cubrían y descubrían unas antorchas para hacer el efecto embriagador d las luces).
En las noches con luna, los jóvenes d su edad salían a la plaza a caminar con sus novias; a veces se perdían entre la maleza para darse un “lleguesito”, mientras q Layná detenía la vara con el círculo d madera en su punta, para q su padre anotara los datos a las 9:00, a las 9:30, a las 10:00… Cada media hora era d zancada pequeña, con la vara apuntando al planeta… y después un seguir d pléyades, cinturón d Orión y Osa mayor e hijo.
En el día, además d cincelar en una piedra los datos recabados, eran las lecciones para hacerse astrónomo a fuerza: q el tzolkin dura doscientos sesenta días, q tiene veinte kines; q el katún consta d siete mil trescientos días con sus noches; q veinte Katunes forman un Baktún; q una vuelta completa del movimiento d precesión dura veinticinco mil setecientos sesenta y siete tzolkins; q se debe sembrar en… para cosechar en… mientras q la celebración d… ¡Bua! Lección tras lección q Layná tuvo q enseñarle letra por letra a su retoño, fruto d una boda forzada porque le era obligatorio tener un heredero para continuar la tradición sacerdotal d su familia.
Esa noche q cenaba con su esposa e hijo, Layná no podía esconder la alegría q se le salía hasta por los poros d su gran cabeza, muy escasa d pelo: esa noche terminaría el décimo tercer Baktún, el día en q descendería del cielo Bolón Yokté Kú, el dios d los nueve pilares.
- ¡Mis huesos en el altar d sacrificio! – gritó, después d tragarse una gran cucharada d frijoles colados, seguidos d un pedazo de tortilla - ¡Tantos trinches katunes d mi vida perdidos, sólo para celebrar una cochina fiesta religiosa!
- ¡Celebración sagrada! – replicó la mujer - ¡Y tú trabajo es toda una tradición!
- ¡Toda una tradición q sirve para esperar grandes pachangas, mientras los q las calculamos arruinamos nuestras vidas!
- Con eso ha comido toda tu familia durante cientos d kines. ¡Orgulloso deberías d estar por ser un Ha Kín!
Layná detuvo ese repentino ataque d ira, q le acosaba constantemente debido a su frustración eterna, y miró a su hijo d apenas 14 tzolkins. Acarició su cabello puntiagudo, para después reclinarse hacia él.
- ¡Gracias a Kukulkan, querido paal mío, tú sí podrás hacer lo q quieras con tu vida! Lo bendecirás siempre por haberte dado un padre pensante y no tradicionalista.
Se apartó del muchacho y volvió d nuevo a su mujer.
- Mañana a primera hora iré a ver al gran señor Est’bán Gon’jot y le entregaré el calendario… junto con mi renuncia.
- ¿¡Estás loco, Layná!? ¡Tu familia y tu descendencia son los únicos sacerdotes capacitados para la elaboración d…!
- ¡Me vale “Ná”! ¡Mi paal no va a desgraciar su vida con estas pendejadas del tiempo y el espacio!
Layná se puso d pie dando un manotazo sobre la mesa y salió d la casa hecha d bajareque, con techo d palma, todavía refunfuñando.
- ¡Pelaná! ¡Si lo q importa del tiempo es vivirlo, no nomás estarlo contando!
A las cuatro d la mañana, Layná hizo su último apunte sobre aquella confusión d tela y papel, para después dejarla caer al piso junto con su pincel. Levantó los brazos hacia el cielo y pegó un grito tan fuerte, q algunos monos aulladores se despertaron y le hicieron la segunda. Su hijo lo miraba a corta distancia, ligeramente asustado, sosteniendo aún la vara coronada del círculo, apuntando hacia Venus. El Ha Kín se acercó a él; lo abrazó y besó.
- Paal mío. Por fin terminamos el décimo tercer Baktún. ¿Quién va a hacer los siguientes? ¡No me importa! Yo no t voy a obligar, como me obligaron a mí, a ser un Ha Kín. Ahora mismo vamos a labrar en la piedra estos últimos datos y mañana iremos con el gran señor a renunciar.
Layná miró hacia ese cielo q tanto odiaba. Le pareció diferente ¡hasta bello! Haló a su hijo y ambos se sentaron en la tierra húmeda.
- ¡“Ira” nomás! – exclamó - ¡Qué hermoso resulta el cielo cuando deja d ser carga y se convierte en cobija! – Volteó hacia su hijo, q sólo miraba hacia arriba con la boca abierta – Mañana mismo t conseguiré a un esclavo para tus prácticas sexuales y t casarás con quien tú quieras y cuando lo decidas – El niño volteó hacia él y abrió aún más grande la boca.
Pero no todo resultó como Layná lo había pensado. El gran señor estaba muy ocupado y se tardó varios días para poder recibirlo. Montaba guardia en la mañana, en la tarde y en la noche frente al Palacio, pero del gran señor ni sus luces. La carga d aún ser el Ha Kín encargado d continuar con la siguiente etapa del calendario, le doblaba la frustración añeja y lo llenaba cada vez más d ira.
Tres semanas después, por la tarde, cuando el gran señor Est’bán Gon’jot por fin se dignó recibirlo, Layná entró al palacio cargando una gran piedra, ayudado por su hijo y un par d esclavos. Hizo las reverencias debidas. Puso a la vista la talla. Est’bán la miró complacido, para después ordenar q fuera colocada a la vista, en alguno d los templos.
- Tal como mi bisabuelo quedara con tu bisabuelo – habló, apenas mirándolo –; tal como mi abuelo quedara con el tuyo; y d la misma forma q mi padre quedara con tu padre, yo, el gran señor d Tortuguero, quedo contigo complacido Ha Kín Layná. Sé q en el siguiente Baktún pondrás el mismo empeño, mientras adiestras a tu hijo para continuar con la tradición.
La sola mención hizo q los cachetes d Layná se pusieran muy rojos, al mismo tiempo q sentía un calor indescriptible a los lados d su gran cabeza, q le hacía palpitar fieramente las venas d sus sienes.
- ¡Gran señor! Justo vengo a decirle q tanto mi hijo como yo, desde este día renunciamos a eso q, seguramente, usted llamará noble tarea. He arruinado cada día d mi vida, cada tarde d mi vida, cada noche d mi vida, en esta labor y no pienso orillar a mi hijo a q sufra lo mismo. Puede usted hacer ladrillos con su piedra d Baktún y metérselos por su complacido trasero. ¡Por el amor d Kukulkán! ¡Con los dichosos calendarios estamos adelantados más d mil quinientos tzolkins, y d aquí a esas fechas quién sabe si existamos! Ya tenemos el calendario Haab… ¡y el d la cuenta larga está adelantado más d tres mil tzolkins! ¿No cree q ya basta d tanto futuro? Ahorita estamos a punto d convertirnos en ruinas con tantas guerras, por la falta d lluvias… ¿No cree q ya deberíamos pensar en el presente, amén d q ya estoy hasta la Ná?
Mientras la ira d Est’bán iba creciendo, la ira d Layná se convertía en temblor. El par d esclavos y el heredero abrían cada vez más su boca, mientras retrocedían lentamente hacia la salida más cercana. Al gran señor los cachetes se le pusieron muy rojos y las venas d sus sienes se dejaron ver palpitar fieramente, como si todo el fuerte calor d la selva se le estuviera acumulando a los lados d su gran cabeza.
* * * * *
Fue una verdadera estupidez la mía caerme en aquel cenote, en el q casi me ahogo, mientras acompañaba a mi padre a cazar venados en la selva yucateca. Y es q ya me había advertido q, cuando corriera, me cuidara d dónde pisar porque había algunos cubiertos totalmente por la maleza. Pero bien dicen q no hay caída q no le sirva a uno para impulsarse hasta arriba.
Descubrí, en el recoveco d una gran piedra, una confusión d tela y papel hecha con henequén. Ahí, con la ayuda d mi abuelo q conocía perfectamente la lengua maya, me enteré q Est’bán Gon’jot había dirigido toda su gran ira sobre Layná haciéndolo pedacitos esa misma tarde con sus propias manos. Q el joven heredero había salido corriendo junto con el par d esclavos y habían huido rumbo a mi tierra en donde les dieron asilo. Q ese par d esclavos eran los q Layná le había conseguido para sus prácticas sexuales… y q habían sido muy felices hasta el día d su muerte, con su amor d tres. Y lo más importante: como nadie sabía calcular con exactitud ese asunto d los calendarios, justo se terminó en lo q hoy conocemos como 23 d diciembre d 2012.
¡Sabía q tenía un tesoro entre mis manos! Y como soy muy estudioso d mis orígenes mayas… y me dedico a hacer documentales… ¡d tarugo les digo! Mejor sigo ganando carretadas d dinero d aquí al 2012… y después del 23 d diciembre doy a conocer q recién me caí en un cenote y encontré la historia d la frustrada vida d Layná, la ira d un gran señor y los placeres ocultos d su hijo. Bolón Yokté Kú, el dios d los nueve pilares, llegó un poco anticipado para mí… jejeje.
11 de agosto de 2010
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