domingo, 13 de diciembre de 2009

María Sofía Navarrete y CHArly Tomás




Cuento publicado en la Antología: "Parafilias", de Café Literario Editores, Octubre 2009



Cuando lo conoció en el chat, María Sofía no lo podía creer. Y es que si su foto era la real, se le hacía, para su gusto, el hombre más guapo del mundo. Y no lo podía creer, simple y sencillamente, porque ella sí exhibía la suya… y estaba segura que si fuera algo para el mundo, sería etiquetada como la mujer más fea que se pudiera encontrar.

Su rostro sin cejas, pestañas de aguacero, arrugas prematuras, nariz aguileña y un bigote que no había logrado dominar la cera, llenaban el recuadro de al lado de su nombre. Se veía flaca, flaca, flaca; de hecho sus pómulos, cuando se asoleaba demasiado, parecían ser un par de ojos muy grandes debajo de los suyos muy pequeños. Su cabello, grisáceo muy pálido, no embonaba con algún shampoo que lo hiciera brillar; y si se lo pintaba huían de él hasta las moscas porque se asemejaba a una telaraña tejida por una arañuela drogada o en estado de ebriedad. Se había extirpado cientos de veces las 47 verrugas que tenía en su delgadísimo y largo cuello, pero siempre volvían a aparecer cuando aún no le sanaban las cicatrices de cada tratamiento. Y, para acabarla de amolar, unas manchas blancas bailoteaban en su tez morena, haciéndola parecer mapamundi.

Decidió poner esa foto porque pensó que era en la que se veía mejor… y que las manchas blancas podían ser tomadas como error del fotógrafo, de la luz o de la misma cámara.

Lo que no se apreciaba en la foto, pero que no tenía empacho de contar, era su extremo raquitismo, su absoluta falta de pechos y nalgas, y sus huesudas caderas; hasta bromeaba diciendo que se podía esculpir en ellas no sólo los rostros de Washington, Jefferson, Lincoln y Roosevelt, sino también los de Salinas, Zedillo, Fox y Calderón en amena charla; y es que resaltaban como colinas, encima de sus escuálidas piernas.

Por eso no podía creer que el hombre más guapo del mundo, para su gusto, si es que exhibía su foto real, estuviera no sólo platicando con ella sino hasta alabándole la belleza no existente e insistiendo en que se la quería “echar”.

Pronto se dieron su MSN con la idea de poder verse por WebCam… y así lo hicieron el primer día. ¡María Sofía menos lo podía creer! Ahí estaba en el recuadro la imagen verdadera de Charly Tomás y era, en efecto, muy guapo. No pudo evitar que se le pintaran de rojo sus manchas blancas cuando su imagen empezó a verse también. Prefirió bajar el rostro y obligar sus pequeños ojos a mirar a su galán, por encima del lugar en donde faltaban las cejas. Charly Tomás le refrendó que era bella; que hasta un gusano es bello si lo miras con pasión… y con esa frase se pintó lo que vendría en noches posteriores.

Primero la llamó “mi puta”; otra noche le pidió que se masturbara mientras él hacía lo mismo; en la siguiente la obligó, con palabras altisonantes, que fuera a su cocina por un plátano y que se lo metiera por la vagina; en otra, por el ano… una semana después María Sofía ya se orinaba en un vaso y luego se lo bebía, mientras veía, obligando sus pequeños ojos a mirar por encima del lugar en donde faltaban las cejas, cómo se masturbaba Charly Tomás antes de explotar apoteósicamente.

¿Y qué más podía hacer? Cuando un corazón está enfermo de soledad tiene las heridas tan abiertas, que puede meterse en él hasta el ser más ruin… y es que el cerebro, su único salvador, está ocupado en soñar. María Sofía estaba dispuesta a todo con tal de no perderlo, solo pidiendo a cambio una caricia. De hecho lo hacían de manera virtual; cuando Charly terminaba, extendía una mano hacia el lente de su cámara y después le escribía: “te ganaste tu caricia, mi putita preciosa”. El cerebro soñador de la flaquilla sólo registraba la caricia y el “preciosa” del cierre de sesión.

María Sofía moría por conocerlo. No le importaban las barbaridades que él le pedía a cambio de ese encuentro, siempre y cuando pudiera sentir su cuerpo cerca y recibir su caricia al final.

Lo planearon para una tarde; en el departamento de ella. Se compró un vestido nuevo aunque él le había dicho claramente que se lo arrancaría a tirones. Se puso su mejor perfume y aromatizó su casa, aunque él le había dicho que llegaría oliendo al sudor de dos días y ella tendría que limpiarlo con su lengua, incluyendo las axilas, el ano y la verga. Compró el coñac más caro, con sus respectivas copas, aunque él le dijo que orinaría en un vaso y se lo haría beber hasta el último trago, para después penetrarla salvajemente sin ningún tipo de paliativo. Y así fue, justo… La penetró muy duro, golpeándola… y ella sólo lo miraba extasiada, sintiendo por primera vez un cuerpo junto al suyo, un calor ajeno en su cama…

María Sofía sintió que tanta súplica a su dios por fin sería escuchada porque cada mañana, cada tarde, cada noche, cada madrugada, sólo le pedía la caricia de una mano que no fuera la suya… Y ya se acercaba la hora… Charly Tomás intensificaba su brusquedad y sus palabras hirientes… y eso sólo significaba que pronto acabaría. Ya no extendería la mano hacia el lente de su cámara para después escribirle “te ganaste tu caricia, mi putita preciosa”, si no que se recostaría a su lado, como su cerebro soñador había pensado, y la llenaría de mimos y halagos, al mismo tiempo que, con ambas manos, recorrería cada parte de sus huesos.

Charly Tomás explotó apoteósicamente. Como nunca. Y fue tal la intensidad que sus músculos se cegaron y no pudo dejar de apretar aquel delgado y largo cuello que tenía enfrente…

Se separó de ella, se incorporó de la cama y empezó a vestirse todavía temblando por aquella sensación nunca antes experimentada. De hecho jadeaba; tuvo que esperarse un rato antes de poder inclinarse para ponerse las calcetas y los tenis. Salió de la recámara pero se detuvo en el umbral. No podía irse. Era hombre de palabra. Volteó hacia el cuerpo inerte de María Sofía y pudo verla como en el último momento: sonriente y en espera. Regresó hacia ella y le arropó el esquelético cuerpo con las sábanas limpias que también había comprado; cerró con cariño sus ojos, que parecían aún mirarlo extasiada, y después le acarició la ancha frente, el pelo grisáceo… mientras le balbuceaba: “te ganaste tu caricia, mi putita preciosa”.

27 de agosto de 2009

domingo, 6 de diciembre de 2009

Novios otra vez



Publicado en la Antología:
“Cuentos del sótano”
de Editorial Endora.




Cuando él murió, Andrés no quiso ir al sepelio. Les dijo a todos que no soportaría pensar que aquel cuerpo que tantas veces había recorrido con la vista, con los labios… que aquel cuerpo que había acariciado hasta el hartazgo y que le había regalado el aroma más exquisito, el sabor más disfrutado, el calor más cobijante, el placer más divino y más humano… ahora estaba debajo de un montículo de tierra.

Prefirió permanecer sentado a la orilla del río, con los ojos perdidos en el cauce, mientras conocidos, familiares y amigos, elevaban la última oración, el último adiós, el último amén…

Dicen que hasta que se supo libre de miradas, dejó escapar una lágrima de aquellos ojos que ya no serían los mismos; luego liberó dos; luego tres… hasta que un borbotón de gotas muy agrias y calientes empezaron a hervir en el agua helada y dulce. Embelezadas en un orgasmo, gotas dulces y agrias, calientes y heladas, se abrazaron en un solo vaivén, se azotaron contra las piedras y continuaron su feroz descenso hasta el mar más cercano. Dicen que las lágrimas fueron tantas que el río casi rebasa sus bordes, que puentes y casas del camino levantaron sus faldas para no ser arrollados por aquella vorágine de locura, llena de árboles arrancados de raíz.

Dicen que encontraron el cuerpo de Andrés, días después, completamente seco; sentado en la orilla del río, ahora en calma. Dicen que el mar se tragó aquel dolor y se quejó con el cielo, mandando una misiva de vapor blanco envuelta en un sobre de color muy negro.

Al lado del montículo de tierra que no había querido ver Andrés, ahora estaba su propio montículo. Se descompondrían muy juntos aquellos cuerpos que tantas veces se habían recorrido con la vista, con los labios… aquellos cuerpos que se habían acariciado hasta el hartazgo y que se habían regalado el aroma más exquisito, el sabor más disfrutado, el calor más cobijante, el placer más divino y más humano…

Mientras conocidos, familiares y amigos elevaban la última oración, el último adiós y el último amén, el cielo respondió a la misiva del mar con una lluvia cristalina y sin truenos, gotas muy dulces que cayeron encima de aquellos montículos… Dicen que eran las lágrimas de Andrés ahora llorando por ambos… Habían llegado a un lugar en donde ya no había cuerpos que tocar, que oler, que saborear… Tendrían que aprender a amarse de nuevo… Tendrían que aprender a ser novios otra vez…

06 de mayo del 2008